El PNV sigue sin enterrar su fallida apuesta de Lizarra, su sueño de una unidad nacionalista que excluye a los vascos que no son nacionalistas. Un PNV que puede asumir la frase de que las detenciones llevadas a cabo y la política del Estado implican un genocidio; porque para él, como para todos los nacionalistas radicales, solo ellos son pueblo.
El pasado sábado el PNV se manifestó junto al resto de nacionalistas vascos contra las detenciones ordenadas por el juez Baltasar Garzón, que han conducido a Arnaldo Otegi y otros líderes de lo que ellos denominan izquierda nacionalista –y algunos, con propiedad, llaman entorno de ETA– a la cárcel. El lema de la manifestación fue uno que se escucha con mucha frecuencia en los debates vascos: todos los derechos para todas las personas. Y algunos de los que se manifestaron, probablemente la mayoría, todavía no han abierto la boca para condenar los asesinatos de ETA. El líder del PNV Joseba Egibar dijo que se manifestaba a favor de la paz, pero lo hizo entre quienes gritaban a favor de que ETA continuara su lucha armada.
En la política vasca, y en muchos que comentan la política vasca, el único criterio que, al parecer, debe servir de guía interpretativa es el principio de la esperanza: creer a pies juntillas el anuncio de que en algún futuro más o menos próximo la izquierda nacionalista se desligará de ETA y de la violencia para hacer política solo política, solo con medios pacíficos. El principio de la realidad dice que nunca han cumplido el anuncio, que nunca han tenido arrestos suficientes para distanciarse de ETA, que todos los documentos incautados a unos y otros ponen de manifiesto que, también ahora, se aprestaban a cumplir las órdenes de ETA, a poner en marcha la estrategia decidida por ETA.
En la misma manifestación del sábado tenían una oportunidad de oro para mostrar su voluntad de distanciamiento: podían haber comunicado que condenaban la quema de autobuses y de mobiliario urbano producido la noche anterior en las calles de las capitales vascas. Pero nada de nada. Ni una palabra. Y es que, jugando con la ventaja de discutir demasiadas veces con representantes de ese entorno de ETA, algunos sabemos lo que realmente piensa. Un ejemplo: tras el asesinato de Inaxio Uria, empresario vasco, un representante de ese entorno decía, en los micrófonos de Euskadi Irratia, que la que sufría no era la familia del empresario asesinado, sino toda la sociedad vasca, y que esta sufría por la existencia del conflicto político con el Estado, con España.
Ni a los asesinados, ni a sus familiares y amigos, ni a los que deben vivir escoltados diariamente, ni a los empresarios sometidos a amenazas y extorsión, ni al conjunto de la sociedad vasca le sirve ya ese manido principio de la esperanza, que no es más que una estratagema para poder continuar en el camino de la construcción de un país en el que solo caben los nacionalistas, sin renunciar en ningún momento definitivamente al uso de la violencia y el terror para ello. Nunca la base de la esperanza ha sido más que un anuncio de futuro, sin base alguna en comportamientos reales. Estos, los reales, sirven solo para que el juez Garzón pueda enviarlos a la cárcel.
Y el PNV, caminando con ellos por las calles de San Sebastián. Compartiendo diagnóstico, pancarta y eslogan. Poniendo de manifiesto, de nuevo, como en los tiempos de Estella/Lizarra, la unidad nacionalista. Aunque saben que, llegado el momento, en la estrategia de ETA solo cabrán los militantes y votantes del PNV que sean de fiar, pero no el partido como tal. El PNV, dejándose marcar la ortodoxia de su nacionalismo por los radicales, por los que le quieren desbancar del liderazgo nacionalista.
Un nacionalismo, el del PNV, que sigue sin enterrar su fallida apuesta de Estella/Lizarra, su sueño de una unidad nacionalista que excluye a todos los vascos que no son nacionalistas. Un PNV que puede asumir la frase de que las detenciones llevadas a cabo y la política del Estado implican un genocidio. Y un PNV que puede asumir esa frase porque para él, como para todos los nacionalistas radicales, solo ellos, los nacionalistas, son pueblo. Pero contra ese pueblo no atenta nadie, pues lo que lleva a cabo el juez Garzón no es más que la defensa de la libertad amenazada por quienes quieren seguir dando cobertura a la violencia y el terror. Los únicos que atentan contra la vida, que matan y asesinan en Euskadi a parte del pueblo vasco son los que piensan que los no nacionalistas no deben tener sitio alguno en el futuro de ese pueblo, que no deben pertenecer a él.
Claro que al PNV no le tiene por qué suponer problema alguno participar en esa manifestación –que, en palabras del ministro Alfredo Pérez Rubalcaba, supone apoyar en la calle la estrategia de ETA– si, al mismo tiempo, la vicepresidenta del Gobierno central, María Teresa Fernández de la Vega, afirma que el PNV actúa con sentido de Estado aprobando los presupuestos. En un caso y en otro, es el mismo PNV el que actúa. El que negocia con el portavoz socialista el rechazo de las enmiendas a la totalidad a los presupuestos generales es el portavoz en el Congreso, y los que acuden a la manifestación de San Sebastián son los presidentes de todas las organizaciones regionales del PNV.
La esquizofrenia de la política vasca, que se traslada a la política española, queda perfectamente visualizada en esas dos frases tan difíciles de conciliar. Lleva razón el ministro Rubalcaba. Pero el destinatario de sus palabras no es el PNV. El verdadero destinatario de su frase debiera ser el Gobierno del que forma parte. Porque el PNV engaña sólo al que quiere dejarse engañar.
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 20/10/2009