Editorial-El Correo

  • La invasión rusa de Ucrania y el conflicto en Oriente Próximo aguardan los primeros pasos de un presidente impredecible

La arrolladora victoria de Donald Trump y los primeros pasos que decida una vez tome posesión de la presidencia de Estados Unidos adquieren particular relevancia en los conflictos más graves del escenario internacional: los que devastan Ucrania y mantienen a Oriente Próximo al borde de un abierto enfrentamiento regional. En este momento inquieta sobremanera el carácter impredecible del mandatario electo. También el rumbo que imprimió a la política exterior en su primer mandato, entre 2016 y 2020. Y no menos algunas advertencias que planteó en la campaña que le devolverá a la Casa Blanca.

Al tiempo que le felicitaba por su triunfo, Vladímir Putin ha adelantado a Trump que casi tres años de guerra no le han movido de su objetivo inicial de apoderarse de Ucrania. El Kremlin se dice listo para negociar el final del conflicto, pero «sobre las realidades en el terreno», consolidando el territorio ocupado. El líder ruso, respaldado por China, Irán y Corea del Norte, es consciente del cada vez menor eco que las demandas de Volodímir Zelenski encuentran en sus aliados occidentales: en una Europa lastrada por la interinidad en el poder comunitario y la debilidad de Alemania y Francia, y en un Washington a la espera de que un dirigente egocéntrico y poco dado a escuchar desembarque con un poder absoluto. Junto a los bombardeos continuos contra su población e infraestructuras civiles, Kiev asiste a intentos interesados de impulsar una paz de la que saldría un país amputado, sin garantías de seguridad ni de entrar en la OTAN y a expensas del siguiente capricho de Moscú. Un negro futuro que ni permitiría volver a los refugiados ni atraería inversiones para la reconstrucción. Aunque este último punto sin duda puede interesar a Trump por las posibilidades de confundir la colaboración con el país invadido y negocios para sus apoyos empresariales.

Benjamín Netanyahu, por su parte, ya sabe lo que es tener a Trump de su lado. Después de sentarse por primera vez en el Despacho Oval, trasladó la Embajada a Jerusalén y bendijo la anexión de los Altos del Golán. Ahora, como en Ucrania, el próximo presidente de EE UU querrá «acabar la guerra», lo que equivaldría a alcanzar todos los objetivos de Israel y de la manera en que se está conduciendo en Gaza y Líbano. Seguramente no cabe esperar de la nueva Casa Blanca lamento alguno por la muerte del Derecho Internacional ni por el sacrificio de miles de vidas.