Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El martes recibimos un mazazo y ayer otro, más una seria advertencia. Ya sabemos que la inflación va mal, cayendo desde máximos, pero muy lejos aún del nivel que el BCE considera adecuado para aflojar la política monetaria y bajar los tipos de interés que aprietan a todas las economías endeudadas. También sabíamos que nuestro endeudamiento es excesivo, con una deuda hipopotámica que no deja de crecer ante el desinterés gubernamental y a pesar de la lluvia de ingresos caídos del cielo de la inflación a las arcas públicas de unas haciendas insaciables para las que todo gasto es escaso y ningún ingreso es suficiente. Pero había una variable que desafiaba al escenario, que miraba orgullosa a los análisis económicos, que justificaba todas las esperanzas y sustentaba todos los parabienes.
Me refiero, claro está, al mercado laboral. Es cierto que mantenemos unas tasas de paro que doblan la media europea, con unos datos de paro juvenil que sonrojan al más orgulloso, pero también lo era que habíamos conseguido bajar de la infamante cota de los tres millones de parados y superar el exigente nivel –para nosotros–, de los 20 millones de ocupados. Bueno, pues todo eso era un espejismo. El martes supimos que hay 4743.078 personas inscritas como fijos discontinuos que, en realidad, no trabajan aunque más de la mitad cobre la prestación por desempleo. ¿No es maravilloso?
La vicepresidenta segunda, que no se pone roja ni cuando le da el sol, se calló el dato y solo apuntó a que siempre se han contabilizado así en las estadísticas. Lo que calló también es que desde que se implantó la reforma laboral el uso de esa figura se ha duplicado. ¿No le llamó la atención tan explosivo incremento? Parece que no y parece que tener 3,2 millones de parados no consigue amargar su encantadora sonrisa.
Ayer recibimos otro mazazo. Nuestro crecimiento en el cuarto trimestre ha rozado la recesión. Duplica la media europea, es cierto, pero eso es porque el nuestro se queda en el 0,2% y el de ellos en el 0,1%. Vamos, como para tirar cohetes y descorchar el champán. A poco que frenemos en una curva, nos paramos. Además del mazazo recibimos una seria advertencia. La Comisión Europea ha desempolvado las reglas de la estabilidad y anunciado que los presupuestos de 2024 deberán abandonar la abundancia del gasto y recuperar la virtud del ahorro. Este panorama de escasez de crecimiento, subida real del paro y retorno a la ortodoxia presupuestaria debería hacer recapacitar a quienes como Feijóo aspiran a gobernar la próxima legislatura. Desde luego, si yo fuera él, me metía un gol en propia puerta para perderlas. O dos, si fuera necesario. ¿Se imagina las angustias que tendrá para cuadrar unas cuentas desbocadas, que han practicado la generosidad sin límites y la despreocupación sin fronteras?