El Correo-TONIA ETXARRI

La división de los actos del recuerdo por las víctimas no refleja otra cosa que la distancia en el diagnóstico de lo que ocurrió durante las cinco décadas de ETA

Se cubrió el expediente, un año más, del recuerdo a las víctimas del terrorismo. Pero con dos días de la Memoria, dos. Y tres convocatorias distintas que buscaban marcar territorio propio. Seguimos buscando el equilibrio imposible entre quienes persiguen el olvido de una impresentable historia de ETA y quienes plantan cara al olvido planificado sobre una trayectoria de violencia que no puede diluirse en el sufrimiento colectivo, a partes iguales. El Centro Memorial que dirige Florencio Domínguez se adelantó a la jornada que el Parlamento vasco viene celebrando desde 2010. Y reivindicó su papel de referencia nacional en la deslegitimación del terrorismo. El lehendakari Urkullu se reservó para el acto propio el día siguiente. Y, en tercer plano, el PP. Con una convocatoria exclusiva para denunciar el intento de camuflar la historia de ETA con otras violencias y otros sufrimientos. La división de los actos del recuerdo no refleja otra cosa que la distancia en el diagnóstico de lo que ocurrió durante las cinco décadas de la banda.

Ha dicho el lehendakari que, en los duros años de plomo, no se estuvo a la altura con las víctimas del terrorismo. La sociedad vasca desde luego que no. Pero la inhibición institucional fue un escándalo. Los responsables políticos, por su papel de liderazgo ante los ciudadanos, deben asumir el mayor peso de la carga de la conciencia. Durante todo el tiempo en que ETA mató, con la democracia ya instaurada y las instituciones vascas en pleno rendimiento, socialistas y populares tuvieron que enterrar a sus compañeros de partido. Y a las autoridades nacionalistas les faltó valor, conciencia democrática y empatía con los perseguidos por los fanáticos de la banda. Se les llegó a hacer el vacío a las víctimas. Cuando no se las despreciaba. La familia Pagazaurtundua aún recuerda cuando Xabier Arzalluz minusvaloró a la madre de Joseba, asesinado por ETA, cuando dijo que había leído un comunicado que no había escrito ella. Esa « pobre mujer», como la llamó, le retó a que le dijera en público y a la cara que le preparaban las cosas que tenía que decir. La historia, en fin, está trufada de capítulos lamentables por los que los nacionalistas de la escuela de Urkullu no pueden sentirse ahora muy cómodos. La primera vez que un lehendakari nacionalista pidió perdón a las víctimas de ETA fue Ibarretxe. En el año 2006. En un acto de aniversario del atentado de Hipercor. Un año después volvería a hacerlo. En Euskadi. Perdón por el silencio de la sociedad vasca, dijo. Cuando, en realidad, tenía que haber pedido perdón personalmente. Por su silencio y el de su partido. Ahora ha sido Urkullu. Pero se ha vuelto a quedar corto al decir que la respuesta institucional tampoco «estuvo a la altura». Debimos reaccionar antes, mejor y «de manera conjunta», ha dicho. Pero la existencia de un Instituto de la Memoria, el Centro Memorial, los programas educativos para contar la historia de ETA a escolares tan cuestionados, así como el bloqueo que sufre la ponencia del Parlamento sobre convivencia, reflejan los obstáculos para lograr un diagnóstico común sobre la historia del terror que sufrieron 855 ciudadanos en carne propia.

El hecho de que la izquierda abertzale, la que fue socia política de ETA, se niegue a condenar su trayectoria, no augura avances. Se empeñan en la huida hacia adelante. Arremetiendo contra quienes les piden explicaciones. De ahí la importancia de contar la historia como lo que fue. Sobre todo en los centros escolares. Mezclar todo tipo de violencias en la misma marmita solo ayuda a producir una pócima que distorsiona la realidad. Todos sufrimos. Pero unos más que otros. Unos mataban porque querían hacer limpieza ideológica eliminando a quienes estorbaban para la construcción de su Albania independiente. Y a otros se les pillaba como conejos. A la izquierda abertzale le interesa extender un manto de amnesia premeditada sobre toda la población. Pero si el lehendakari quiere reparar errores, no puede limitarse a solemnizar la autocrítica y no practicar la exigencia democrática con quienes siguen sin rechazar la historia de ETA. Esa es la razón por la que el PP se autoexcluyó de la ponencia del Parlamento sobre convivencia. Hechos son amores. El Gobierno vasco no está dando con la tecla. Probablemente porque se ha embarcado en una tarea que, quizás, no le corresponde. Tiene que ayudar, sin protagonizar. Los poderes públicos no deberían ser los más indicados para construir el relato de la historia del terrorismo.