Primera noticia. Estamos en el 21 julio de 2020. Tras 90 horas de reuniones del plenario y cientos de encuentros bilaterales, a las 5,30 de la madrugada y con el sol despuntando en Bruselas, el consejo de la UE aprobó los Presupuestos hasta 2027. Fue el Consejo de Ministros más largo de los anteriores 20 años y en él se alumbró el Fondo de Recuperación para reanimar a la mortecina economía europea tras la pandemia del Covid-19. El fondo nació en la opulencia, rodeado de 750.000 millones de euros, la mayor cantidad de dinero nunca vista en estos casos. «Es un gran acuerdo para Europa y para España. Se ha escrito una de las páginas más brillantes de la historia europea», zanjó Pedro Sánchez, con acierto y orgullo, quien al volver a Madrid recibió la más entusiasta (y televisada) ovación de la historia democrática por parte de sus compañeros de consejo. Un reconocimiento que sobrepasó el empalago y se quedó a un milímetro de la cursilería.
Segunda noticia. Esta vez, del 5 de noviembre de 2022. El Gobierno admite que le resulta imprescindible disponer de más tiempo para ejecutar los fondos europeos, ya que, tras ser incapaz de poner en marcha los programas informáticos necesarios para su seguimiento, control y auditoría, nadie es capaz de saber en qué situación se encuentran. Es decir, dos años, tres meses y quince días después de los aplausos nadie, ni el Gobierno, ni las autonomías ni las empresas destinatarias de las ayudas, son capaces de dar una cifra de avance de su ejecución. En muchas ocasiones, he dado mi opinión acerca de las escasas capacidades de gestión que muestra este Ejecutivo y que se han puesto de manifiesto muchas veces.
Sin duda alguna, esta es la más grave. No se trata de un retraso en la aprobación de un aparcamiento en el extrarradio de una pequeña ciudad. Hablamos de 150.000 millones de euros que, se supone, van a cambiar el modelo de crecimiento, derribar las barreras que retrasan nuestra productividad y prepararnos para un futuro mejor. ¿Nadie piensa asumir responsabilidades?, ¿nadie se va a flagelar por este fracaso? ¿Se pone roja de vergüenza la vicepresidente Calviño cuando va a Bruselas a dar (¿excusas?) explicaciones? A ella no le vemos en el trance, pero a la ministra de Hacienda la podemos observar en el Congreso más fresca que una lechuga, con su verbo fácil y atropellado, convenciéndonos de que todo está bien y todo va a ser un éxito sin precedentes. Ya, pues a mí, me parece un escándalo mayúsculo.