- Mal futuro nos puede esperar en tanto que socios de la Unión Europea si proseguimos en el empeño de agitar la discordia y la división civil
El ex presidente ruso Dmitri Medvédev fue rápido el pasado jueves cuando se hizo pública la dimisión del primer ministro italiano Mario Draghi. Le faltó tiempo para publicar en Instagram, junto a una cara del dimisionario Boris Johnson, otra de Mario Draghi seguida de un gran signo de interrogación, que venía a preguntar quién sería el siguiente en caer.
Y en efecto, esa sencilla publicación encarna a la perfección lo que hoy se juega con motivo del drama de la guerra en Ucrania provocada por la invasión rusa el pasado 24 de febrero. No es ningún misterio que Putin entiende que esa guerra lo es también y en gran medida para debilitar la Unión Europea. Las amenazas de colapso energético con motivo del hipotético cierre del suministro de gas ruso al gasoducto Gulfstream 1 que se ciernen sobre Europa son síntoma ineludible de lo que está en juego. Es decir, justamente la capacidad de aguante de nosotros, los europeos, a la hora de diseñar una política frente a Rusia y la guerra desencadenada por ésta en Ucrania.
Eso requiere estabilidad en los respectivos gobiernos de la Unión. Y si miramos a Francia y a Italia, no será con mucho de eso con lo que nos encontremos. Francia, porque con el parlamento elegido el pasado mes de junio, la mayoría presidencial carece de una mayoría parlamentaria, que a su vez nadie tiene, ya se trate de extrema derecha o de extrema izquierda; así las cosas, el presidente Macron afronta su segundo y definitivo quinquenio en una situación de debilidad, inquietante por tratarse del segundo país de la Unión Europea.
Sería la pérdida de un hombre que viene jugando desde hace más de un año un papel providencial en la política italiana al servicio de la estabilidad y las reformas necesarias en aquel país
En el caso de Italia, la dimisión del premier Draghi, primer ministro de un gobierno de unidad nacional, como consecuencia de una mezquina maniobra parlamentaria del populista Movimiento Cinco Estrellas, no ha sido admitida por el presidente Mattarella, al tiempo que todo el mundo le pide, incluidas manifestaciones callejeras, que continúe en su cargo. Con independencia de lo que pase, ya los medios europeos califican este episodio como una auténtica “bomba italiana”, por los efectos devastadores que la dimisión de Draghi, si finalmente se produce, podría producir en el tercer país de la Unión (detrás de Alemania y Francia). Entre otras consecuencias, la pérdida de un hombre que viene jugando desde hace más de un año un papel providencial en la política italiana al servicio de la estabilidad y las reformas necesarias en aquel país. Si su caída se confirma, se abre la posibilidad de un anticipo electoral en que fuerzas de extrema derecha como Hermanos de Italia aparece con serias posibilidades de poder formar un gobierno en el que también participe la derecha asilvestrada de la Liga presidida por Salvini, entre otras fuerzas de derecha.
Y aquí aparece el problema que anotaba el ex presidente ruso Medvédev, con qué recursos de unidad y de cohesión contamos realmente los veintisiete que componemos el club de la Unión Europea para hacer frente a la indiscutible amenaza rusa en la guerra de Ucrania. Porque la amenaza populista –ya de extrema izquierda, ya de extrema derecha- se alza muchas veces en el interior de los propios gobiernos o de sus aliados. En Francia, sería un sinsentido desatender las relaciones de la extrema derecha dirigida por Marine Le Pen con el régimen ruso de Putin; o, a extrema izquierda, esas mismas relaciones dirigidas por su líder Jean Luc Mélenchon. Lo mismo ocurre en Italia, singularmente en la extrema derecha de Giorgia Meloni, líder de Hermanos de Italia; o la Liga de Salvini.
Porque ya se nos dirá qué significa “No a la guerra” en una situación como la presente en que los países europeos tienen muy claro que estamos asistiendo a una guerra europea desconocida en nuestro continente desde 1945
Si venimos a España nos encontramos en una situación donde todas las marcas de imprevisibilidad aparecen. Tenemos un socio de gobierno, que a ratos juega a ser oposición al propio Gobierno, demediado y en grave crisis consigo mismo, como es Unidas Podemos. Un auténtico especialista en el inocuo por carente de sentido “No a la guerra” que nada significa. Porque ya se nos dirá qué significa “No a la guerra” en una situación como la presente en que los países europeos tienen muy claro que estamos asistiendo a una guerra europea desconocida en nuestro continente desde 1945, que necesariamente ha de concluir con el desistimiento y la derrota del agresor ruso. Se hace complicado asistir a una coalición que todo el mundo da por acabada. La primera, la propia vicepresidenta Yolanda Díaz lanzada a escrutar los caminos de España con el propósito de sumar, que se puede convertir en restar, o en dividir, sin tener en cuenta para nada su propia Unidas Podemos, cuando no directamente enfrentados todos ellos entre sí.
Vienen después los aliados parlamentarios del Gobierno, literalmente lo peor de cada casa, cuya única función, admitida por ellos mismos, no es sino debilitar y disgregar nuestro Estado democrático. Así, el caso de ERC, empeñado en la reivindicación permanente e imposible de la autodeterminación y la amnistía por los hechos golpistas de octubre de 2017. Tajantemente, ninguno de ambos supuestos son admisibles con arreglo a nuestra Constitución, que esa fuerza golpista se empeña en desmerecer a cada día.
No es difícil vaticinar que esa política de blanqueamiento y normalización seguida por el PSOE para con Bildu traerá como consecuencia el fortalecimiento de esta última y el debilitamiento de aquél
Y finalmente, los acuerdos inmorales con Bildu, legataria del terrorismo, y así mismo empeñada en derribar nuestro régimen constitucional; ese que ellos califican de forma vergonzante como el régimen del 78. No es difícil vaticinar que esa política de blanqueamiento y normalización seguida por el PSOE para con Bildu traerá como consecuencia el fortalecimiento de esta última y el debilitamiento de aquél. Vaya, una genialidad suicida. Como si no supiéramos, a estas alturas, que tener semejantes aliados únicamente les fortalece a ellos, y debilita a todo el que se atreve a entenderse con ellos.
Con ese tropel de aliados parlamentarios es imposible que asistamos a una defensa de nuestras instituciones. Por el contrario, es a una sucesión permanente de crisis a lo que nos enfrentamos. Y es la demostración de que, a la vista de lo que sucede en países vecinos al nuestro, mal futuro nos puede esperar en tanto que socios de la Unión Europea sí proseguimos en el empeño de agitar la discordia y la división civil, que son hoy en estos momentos los valores más preciados si pretendemos hacer frente debidamente a los desafíos que tiene por delante Europa.