JON JUARISTI-ABC
- En cualquier sitio al que haya ido a parar su alma, estará montándole al jefe una moción de censura
Coincidí por última vez con él hace año y medio, cuando asistimos juntos (y todavía con la mascarilla puesta) a la misa funeral por el neuropsiquiatra José María Poveda. Me alegró verle, comprobar que estaba bien y, como casi siempre, en estupenda compañía. A Fernando Sánchez Dragó lo conocí en 1978, cuando fue a presentar en Bilbao su torrencial ensayo sobre España, ‘Gárgoris y Habidis’, canto del cisne del patriotismo prerromano y póstumo estertor de la Hispania Antigua. Cenamos en una taberna del Casco Viejo, donde nos contó, con insólito desparpajo para la época, que había escrito desde el exilio a Antonio María de Oriol y Urquijo, cuando este era ministro de Justicia de Franco, solicitándole el indulto y alegando para ello ser tan partidario de la restauración de los fueros medievales como el más furibundo carlista. Una semana después nos arreó sendos pellizcos de monja , desde ‘Cambio 16’, a Bernardo Atxaga y a un servidor ‘web’ de ustedes, calificándonos de «vascos hasta la cepa de los mondongos». Como ceporrillos que éramos, no habíamos entendido por qué suponía que los alineamientos de menhires de Carnac eran una computadora megalítica.
Sánchez Dragó puso un contrapunto gamberro y refrescante a la sórdida cultura del antifranquismo sobrevenido en aquellos primeros años de la transición. Se había marchado de España en 1956, siendo un veinteañero comunista, y regresaba, con la edad doblada, cabalgando un bártulo indefinible que mezclaba a Menéndez Pelayo y a Roso de Luna para negar que tuviéramos algo que ver con la Europa jansenista. A quienes le acusaban de haber entrado a saco en la ‘Historia de los Heterodoxos’, les respondía que, por supuesto, lo había hecho, pero no para plagiarla sino para enriquecerla. Así, por ejemplo, había presentado a Miguel Servet refugiándose en Viena del acoso calvinista. Confundió, admitía, la Viena de los Habsburgo con la Vienne del Delfinado, pero el patinazo mejoraba el original. Una historia mágica de España no podía permitirse ser una historia quisquillosa.
Con Fernando Sánchez Dragó he vivido algunas de las situaciones más delirantes de mi existencia. Por ejemplo, una reunión clandestina en Teherán con personalidades de la oposición cultural al régimen, en la que, vestido de tuareg, se hizo pasar por una reencarnación de Ibn Arabí de Tudmir (Murcia). Contado así, parece un embuste, pero allí estaban Gema Martín Muñoz y Jerónimo Páez, que podrán confirmar mi testimonio. En fin, con Fernando se va otro de la generación del 56, que, emparedada entre la de los niños de la guerra y la del 68, mucho más atorrantes, no ha recibido aún el reconocimiento que se le debe.
En cualquier lugar o no-lugar al que haya ido a parar con su alma el Nano, seguro que ya la estará montando parda. Es una pena que no lo retransmitan ni en diferido.