Si la disyuntiva es el fracaso en Catalunya o la frustración en Madrid, Maragall podría estar dispuesto a remitir a las Cortes Generales una propuesta de Estatut imposible para el PSOE. Aunque resulta más que improbable que el PSC le secunde en la aventura.
Las noticias sobre los trabajos de elaboración de un nuevo estatuto para Catalunya se han convertido en una especie de ducha escocesa; de notas optimistas ensombrecidas al minuto por la discrepancia y el desplante mutuo. Aunque parezca sorprendente, nadie sabe cómo va a acabar la historia. No lo saben sus protagonistas, que en vísperas del desenlace final tratan de prepararse para lo peor. Hasta el punto de que la liza entre partidos está convirtiéndose en una pugna sorda entre sectores en el seno de cada partido.
Las elecciones autonómicas de noviembre de 2003 desembocaron en un resultado en buena medida sorprendente: la decisión de ERC de aliarse con el PSC para desalojar a CiU del gobierno de la Generalitat. A esa sorpresa inicial se le uniría más tarde otra. El gobierno tripartito se constituyó en la previsión de que tras las generales de marzo de 2004 el PP continuaría en el gobierno de España. La victoria de Rodríguez Zapatero -que en la campaña catalana había empeñado su palabra a favor del proyecto de reforma que aprobase el parlamento autonómico- convertía el propósito de redactar un nuevo estatuto en un objetivo a la vez viable y comprometido.
A primera vista, todos los partidos están moviendo las llaves de paso del agua caliente y de la fría en la ducha catalana. También a primera vista, dado que la aprobación o no del proyecto de reforma depende de CiU, serían los convergentes los culpables de un eventual fracaso. Pero en realidad es la mayor o menor amplitud de la brecha que existe entre el president Maragall y el PSC la que condiciona el caudal circulante, sea cual sea la temperatura del agua. Los momentos en los que Maragall parece olvidarse de su partido y se erige en presidente de Catalunya esa brecha tiende a agrandarse. Y podría agrandarse hasta dar lugar a una seria crisis en el caso de que Maragall priorice la aprobación parlamentaria del proyecto de reforma frente a la condición de que el texto resultante sea constitucional. En otras palabras, si la disyuntiva es el fracaso en Catalunya o la frustración en Madrid, Maragall podría estar dispuesto a remitir a las Cortes Generales una propuesta imposible para el PSOE. Aunque resulta más que improbable que el PSC le secunde en la aventura.
Los socios del tripartito han advertido de que la no aprobación de la reforma estatutaria en el parlamento catalán no implicará necesariamente la disolución de la Cámara y la convocatoria de nuevas elecciones. Quizá no de forma inmediata. Pero la política de alianzas acabaría tan resentida que sería imposible recuperar el aliento político en Catalunya sin pasar antes por las urnas. Entonces los partidos volverían a debatirse entre las tres coaliciones posibles: la continuidad del tripartito, el acuerdo CiU-ERC o la aproximación entre convergentes y socialistas.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 15/9/2005