Jon Juaristi-ABC
- Tampoco es que los desinfectaran con Zyklon B: se limitaban a desexualizarlos en eusquera
Sodoma y Gamarra: así se definía sucintamente Álava en los tiempos en que fui profesor en el campus de Vitoria. Lo de Gamarra no iba por la pobre Cuca, sino por un pueblo cercano a la capital mundial de Euskadi y de la patata de siembra, de donde proviene su apellido. En Gamarra había un CIR, un Centro de Instrucción de Reclutas, al que solo accedían los provistos de carnet de conducir. El resto, la morralla, iba a aprender la dureza de la vida al otro CIR alavés, Araca. En él sufrí el invierno de 1973, uno de los más fríos del siglo. Las duchas eran en grupo, por supuesto, pero no fueron demasiado traumáticas en mi caso, porque ya había pasado por la misma experiencia en varios penales del Estado español. Es verdad que, tanto en los campamentos militares como en las prisiones del franquismo, no nos duchábamos con frecuencia. En las cárceles, además, las duchas eran optativas. En los campamentos, obligatorias, pero las escatimaban, supongo que para ahorrar. El Ejército confiaba en que el pueblo en armas para la defensa de la nación se duchara en la casa familiar durante los permisos o rebajes, y si no había ducha, pues a la poza más cercana. El agua de las duchas del Estado estaba a temperatura ambiente, lo que venía muy bien para desmantelar las bajas pasiones.
En una carta de 1954 a Gerald Brenan, Julio Caro Baroja le anuncia: «Yo voy a Bilbao la próxima semana y después ‘a esa Babilonia impura que se llama Vitoria’, como decía un cura de la llanada de Álava usando libremente de la retórica». Pero Babilonia y la Pentápolis se reducían por entonces a la urbe visigótica y a su alfoz. Con la democracia, el cambio climático y la eusquerización masiva, llegaron las duchas calientes, colectivas y unisex hasta los rincones más apartados del inmenso patatal. Hasta Bernedo, por ejemplo. La disipación moral que parece haber imperado durante medio siglo en una colonia juvenil de verano sita en dicho municipio de menos de seiscientos vecinos había pasado desapercibida hasta hace unos días, cuando incluso la Sexta denunció «la truculenta trama de un campamento de menores: duchas mixtas, actos sexuales para obtener merienda y coacciones». No lo digo yo, lo dice la Sexta.
Contra lo que sería de temer en este tipo de denuncias, no se trata de un campamento de la Iglesia diocesana, sino de una organización llamada Sarrea Euskal Udaleku Elkartea, dedicada, según consta en las declaraciones de sus directivos, a trabajar en la desexualización de la desnudez, objetivo presuntamente encomiable. Un montón de menores dicen haber sido abusados en duchas y comedores, y un correspondiente montón de padres, horrorizados, protestan porque nadie les explicó semejante programa. Probablemente tengan razón, pero yo no dejaría en manos de un chiringuito alavés con ese marbete ni a mis gatos.