- A sociedades amorfas y melifluas, corresponden políticos amorfos y desunidos
Escribo con dudas y con algunas certezas. Y lo hago desde la más absoluta libertad. Estoy en la sobremesa de la vida. Ya pasó la comida y llegó el tiempo de la charla, el comentario, el diálogo con quien quiera hablar, aprender, enseñar, contrastar. Frente a los que piensan que quienes hemos estado en la política activa debemos callarnos, mantengo que, si bien hay una edad reglamentaria para jubilarse laboralmente, no existe una edad para jubilarse de la defensa de las propias convicciones y del intento de querer influir en la sociedad para que no nos precipitemos en el vacío de la incomprensión o la intolerancia. No existe eutanasia política que elimine por motivos de trienios a las personas de sus compromisos con la verdad y con la libertad.
Y parece que, de nuevo, a media España le sobra la otra media. Otra vez el cuento de la vieja y nueva política, los de una orilla y la opuesta… Se hace política ahora porque la hacen los políticos, pero ese tipo de política que se escenifica cada miércoles, en donde la duda brilla por su ausencia, no es política. Sus protagonistas parecen haber sido educados en la escuela de los muñecos ventrílocuos. El populismo se está apoderando de los partidos políticos y, como se sabe, los populistas no dudan; solo están llenos de contradicciones, pero no dudan jamás. Y los nacionalistas, tampoco. Los rufianes de turno reniegan de quienes pretenden combatir el segregacionismo con leyes. A los rufianes de turno no se les puede aplicar la legislación que vulneran sistemáticamente porque, según dicen, ellos se mueven por sentimientos y emociones. La suerte que estamos teniendo es que a las emociones y a los sentimientos no se les está combatiendo con emociones y sentimientos, sino con la Constitución y la legislación vigente. Emociones contra emociones, sentimientos contra sentimientos no arreglan conflictos sino que prenden la mecha y echan gasolina al fuego.
No soy ni politólogo ni un estudioso social. Expongo lo que pienso en función de lo que he vivido y de lo que ha resultado éxito o fracaso en mi experiencia política. Escribo como político que estuvo muchos años en activo y pretendo compartir con quienes lean mis dudas y reafirmar algunas de mis convicciones.
Si quieren militar en un partido, háganlo en uno que se adapte a sus convicciones, a sus principios y que no esté seguro de tener siempre razón
Y desde el principio aconsejo a quienes quieran dedicarse profesionalmente a la política que jamás militen en un partido que tenga seguridad en todos y cada unos de los asuntos que dan complejidad a nuestras vidas. Si quieren militar en un partido, háganlo en uno que se adapte a sus convicciones, a sus principios y que no esté seguro de tener siempre razón. Que dude en ocasiones, que se equivoque en otras; que no mienta nunca y que se disculpe y explique las razones de sus contradicciones.
El sistema político español, como cualquier otro sistema, como cualquiera de nosotros, está lleno de imperfecciones y de matices. Muchos aspectos son opinables y algunas cosas se pueden o se deben cambiar. Dicho esto, me atrevo a asegurar que, probablemente, si se cambian elementos y funcionamientos del sistema, el sistema seguirá adoleciendo de imperfecciones y con matices. No conozco ningún sistema político que sea perfecto. ¿Me niego, entonces, a que nada cambie o me inclino porque cambie todo para que todo siga igual? En absoluto. Deberemos destacar los defectos y señalar las posibles soluciones, pero sabiendo que esas posibles modificaciones arreglarán poco las cosas. Hay ocasiones en que lo que falla no es el sistema sino quienes lo pervertimos o lo mal usamos.
Cuando las cosas no van bien en nuestro país, solemos acudir al reiterativo dicho de que los políticos de ahora no tienen ni punto de comparación con los de antes. Siempre se nos olvida comparar a la sociedad de ahora con la sociedad de antes. Ya Ortega Y Gasset, a principios del siglo XX en su España Invertebrada escribió: “Pica, a la verdad, en historia la unanimidad con que todas las clases españolas ostentan su repugnancia hacia los políticos. Diríase que los políticos son los únicos españoles que no cumplen con su deber ni gozan de las cualidades para su menester imprescindible. Diríase que nuestra aristocracia, nuestra Universidad, nuestra industria, nuestro Ejército, nuestra ingeniería, son gremios maravillosamente bien dotados que encuentran siempre anuladas sus virtudes y talentos por la intervención fatal de los políticos. Si esto fuera verdad, ¿cómo se explica que España, pueblo de tan perfectos electores, se obstine en no sustituir a esos perversos elegidos?”.
A sociedades decididas y exigentes corresponden políticos decididos y comprometidos. A sociedades amorfas y melifluas, corresponden políticos amorfos y desunidos. Usted que me lee, piense en cual de las dos sociedades estamos ahora.