José Ignacio Calleja-El Correo
- Es sorprendente que gente seria en formación se alce contra sus contrarios mostrando que es incomprensible que piensen distinto o voten a quien lo hacen
Felizmente el verano ya está aquí y, entre fiestas y viajes, va relajándose el ambiente que las elecciones nos trajeron. Cientos de artículos han sido escritos hasta concluir que la confrontación estaba y se queda como estrategia de una época de transición. Al parecer, vivimos una segunda transición que está todavía por definirse en su dirección política, social y cultural, y que para unos es un desastre sin paliativos, cualquiera que sea el destino que resulte, y para otros, una necesidad que hará justicia a una pobre democracia. Me librará el lector de que me dedique a explicar con detalle las transiciones, pero el caso es que según unos, más tradicionalistas, la actual deriva hemos de percibirla como una ruina en poco tiempo para España como sistema constitucional equilibrado; y según los otros, muy desencantados del pasado, se deben cambiar unos acuerdos que ocultan la memoria verdadera del país.
Esto, descrito con detalle, daría para un aprendizaje muy interesante sobre medio siglo de recuperación democrática, mas intentarlo es un océano de dificultades. Los primeros están seguros de que su propuesta es justa en su fundamento y perentoria en su necesidad. La transición conocida es un intangible irrenunciable. Para estos, España se hunde, se despedaza, se arruina, se desnaturaliza porque los otros no respetan nada ni a nadie. Nunca mejor usado el término ‘desnaturalizar’ porque una concepción histórica de valor natural impone esto o aquello al hablar del país.
Es sorprendente que gente seria en formación y voz se alce contra sus contrarios mostrando que es incomprensible que piensen distinto, o que respalden con su voto a este o a aquel candidato imprevisto. Esta superioridad moral es de risa; más aún si viene de quien ocupa posiciones de élite en la España conocida de los últimos cien años. Sorprende tanta entrega moral a la nación en general. Debemos reclamar, propongo, que la distinción crítica entre concepciones históricas y hechos sociales sea irrenunciable para todos; los miedos y filias culturales son legítimos, pero los hechos hay que respetarlos y tomarlos en sí mismos, diferenciando bien las convicciones que nos mueven en la vida, legítimas si son humanistas y democráticas, y los hechos sociales que se van conociendo y que pueden gustarnos más o menos, pero que nos obligan a todos.
Hay una diferencia entre idearios y hechos que nos permite dialogar y hacer juntos política democrática. Y, sin embargo, no lo logramos. ‘España se hunde’, ‘España se salva’, y ahora a elegir con quién y cómo. Falso dilema.
No se puede tratar a los adversarios como gente perversa o manipulada en su ignorancia contra sus propios intereses
Al otro lado tampoco se facilitan las cosas porque la confusión es la misma. Otra vez los idearios de una nueva transición -en su lenguaje, de una transición democrática de verdad- se confunde con unos hechos que admiten un análisis minucioso y crítico, pero no la obligación de una alternativa que parta de negarlos en todo. Ahora mismo, la clase política dirigente, casi toda ella, juega las cartas de la confrontación como una necesidad histórica que ellos deben obedecer en cada lado. No creo que vivan de la mentira sistemática como se dice. Si algo me pareció ridículo en la pasada campaña es ese juego del ‘y tú más mentiroso’; ridículo porque la política vive de la honestidad, pero sobrevive de verdades a medias, por lo que es ridículo, además de lesivo a corto plazo, repetir ese mantra de la mentira. No aporta nada.
Pero sigamos reconociendo que este movimiento más arriesgado, el que aspira a otra transición y a otra democracia, tiene que ser serio y hablar en serio de propios y extraños. Es decir, no se puede tratar a los adversarios como gente perversa en sus objetivos sociales y políticos, ni gente manipulada en su ignorancia contra sus intereses de clase. No puede despacharse todo y a todos con el término «fascista», hay que afinar más. ¡Esa superioridad moral de los que reniegan de los otros ciudadanos por engañados es un supuesto indigno del que lo dice!
Eso de que la gente vive manipulada tiene su punto, pero lo más elemental es recordar esto: ¿qué temor no han de sentir hacia nosotros que, sabiendo que votan a quienes poco les han de atender, no cambian su voto? ¿Por qué nos tienen miedo? ¿Por qué desconfían tanto de nosotros? ¿Por qué tienen ideas y convicciones tradicionales y, sin embargo, transigen fácil con atrevidas regulaciones de derechos? Me permito una respuesta. Porque saben con razonable inteligencia moral que la tormenta de fondo está desenfocada y saben que ningún poderoso da duros a cuatro pesetas ni muestra sus intereses en cada baza.
Ojalá rompamos esta dinámica de bloques y bloqueo. Y la razón primera, destaco, la confusión interesada de idearios históricos particulares -son diversos y discutibles- y hechos sociales -son pétreos y hacen sufrir a la gente más desprotegida-. No son lo mismo. Mal negocio un duelo entre fanáticos.