Dulce et decorum est pro patria mori

JUAN ESLAVA GALÁN – ABC – 12/03/17

· Los ingleses y los franceses asumen su historia, se enorgullecen de ella y rinden el debido tributo a los que ofrendaron su sangre por la nación. Muchos españoles, por el contrario, se avergüenzan de su historia y la desprecian.

· No solo los separatistas, en los que la negación de España parece lógica porque es parte de la invención de sus prtendidas naciones. También los que se siguen sintiendo españoles pero lamentan la colonización de América o la conquista de Granada.

EL ascenso al Arapil grande es fatigoso para el que acarrea cierta carga de años y de sobrepeso, pero compensa sobradamente la contemplación del paisaje, la verde llanura brillando al sol, el transparente aire salmantino que resalta los azules celestes y los ocres del vecino Arapil chico.

En la cumbre, junto al monolito que conmemora la batalla en la que Wellington derrotó al ejército napoleónico, me emociona encontrar una pequeña guirnalda de amapolas de plástico. Para los ingleses la amapola es la flor que tributa la sangre de los héroes.

Sentado a la sombra del monolito, contemplando el austero y bello paisaje, recapacité. Los ingleses y los franceses asumen su historia, se enorgullecen de ella y rinden el debido tributo a los que ofrendaron su sangre por la nación. Muchos españoles, por el contrario, se avergüenzan de su historia y la desprecian. No solo los separatistas, en los que la negación de España parece lógica porque es parte de la invención de sus pretendidas naciones. También los que se siguen sintiendo españoles pero lamentan la colonización de América o la conquista de Granada.

El amor que nuestros vecinos europeos profesan a su historia se manifiesta, no solo en la profusión de banderas que encontramos allende nuestras fronteras, sino en el modo en que honran a sus muertos. En mis viajes suelo visitar los cementerios militares que me salen al paso. La costumbre comenzó hace cuarenta años cuando una amiga inglesa empeñada en mostrarme las bellezas de su país me llevó al cementerio de Cannock Chase, en Staffordshire, donde reposan los cerca de cinco mil pilotos alemanes caídos en la batalla de Inglaterra y sus aledaños.

Me impresionó la paz del lugar. Bosquecillos de robles, algún que otro tejo, y suaves colinas alfombradas de césped nítidamente mantenido sobre las que discurren cerca de tres mil lápidas perfectamente alineadas e inscritas por las dos caras con el nombre y la graduación del difunto. Entro en internet para refrescar aquella visita y me entero de que el camposanto está al cuidado de la Comisión Alemana de Tumbas de Guerra que atiende nada menos que 827 cementerios en cincuenta países.

El más impresionante que conozco es el de Verdún, la batalla de la Gran Guerra en la que perecieron unos setecientos mil soldados. En el infierno de Verdún cientos de miles de obuses desenterraban los cuerpos despedazados y volvían a enterrarlos. Al final barro y carne formaron una papilla nauseabunda que hedía a varios kilómetros de distancia. Pasó la guerra y aquellos campos no han vuelto a cultivarse. Se calcula que más de cien mil cadáveres siguen bajo la tierra torturada que los acogió. Cuando llueve mucho afloran huesos que el servicio forestal recoge y deposita en el enorme osario, un túnel de 137 metros de largo con una torre de cincuenta metros de altura en forma de obús. En este lugar sobrecogedor descansan los restos de 130.000 soldados anónimos, franceses y alemanes. En la verde llanura circundante reposan los restos de otros quince mil soldados que pudieron ser identificados.

Igualmente conmovedor es el Cementerio Alemán de Cuacos de Yuste (Cáceres), a sólo treinta kilómetros de Plasencia, en el que el Gobierno germano ha reunido los restos de sus nacionales llegados a territorio español por los azares de las dos guerras mundiales. Son veintiséis militares de la Primera Guerra Mundial y 154 de la Segunda, entre marinos (la mayoría) y aviadores, cada cual con su cruz de granito en la que se ha inscrito nombre, graduación y fechas de nacimiento y muerte. Hay además ocho cruces dedicadas a Ein Unbekannter Deutscher Soldat (Un soldado alemán desconocido).

¿Por qué precisamente en aquel apartado lugar de Extremadura, tan lejos del mar? Porque «Carlos I de España y V de Alemania» se retiró a vivir sus últimos años en el cercano monasterio de Yuste. La Volksbund Deutsche Kriegsgraberfursorge prefirió dejar donde estaban a los ocho pilotos alemanes de la Legión Cóndor sepultados en el cementerio de la Almudena. Su última incorporación fue la del piloto Helmut Felix Bolz, quien tras sobrevivir a la guerra española y a la mundial (en la que derribó 56 aparatos enemigos), solicitó descansar junto a sus camaradas y fue sepultado aquí en 1967.

Más ostentosos son los cementerios militares italianos que guardan los restos de los caídos del Corpo Truppe Volontarie, enviado por Mussolini en apoyo de Franco. El principal es el Sacrario Militare Italiano de la iglesia de San Antonio de Padua en Zaragoza, un conjunto de templo y torre, en el más puro estilo futurista del fascismo italiano. La imponente torre de piedra está recorrida en su interior por una rampa que permite acceder a los columbarios en los que reposan, cada cual con su placa de mármol, los restos de unos tres mil difuntos.

En la carretera nacional N-623 que unía Madrid con Santander (hoy solitaria y casi obsoleta desde la apertura de la autovía de Reinosa), en el punto más alto del puerto de El Escudo, existe una pirámide de veinte metros de altura, de hormigón recubierto de placas calizas, réplica de la pirámide Cestia, en la vía Ostiense de Roma, en la que recibieron sepultura los 372 soldados italianos caídos en la conquista de aquellos parajes, agosto de 1937, durante la campaña de Santander.

En 1939, Año de la Victoria, este desolado lugar hoy cubierto de yerbajos y batido por los vientos conoció los fastos, las banderas, las fanfarrias, los desfiles, los vibrantes discursos de la visita del ministro de Exteriores y yerno de Mussolini, conde Ciano.

El monumento pensado para la eternidad aparece hoy vacío, saqueado, sucio de pintadas y basuras. En su interior, al que puede accederse libremente porque la puerta ha sido forzada, encontramos un columbario circular con los nichos vacíos, las lápidas destrozadas por el suelo, las escaleras que conducían a la cripta subterránea arrancadas.

España es así. Sobre las tumbas de los héroes crece la indiferencia y el olvido.

JUAN ESLAVA GALÁN ES ESCRITOR – ABC – 12/03/17