Lo normal en la política española es callar tus convicciones y navajear entre bastidores al que no las tiene; ser del Opus pero ir de muy abierto. Pues bien, Albert Rivera rompe esa tradición, se alía con un partido regenerador de la ética democrática y pone de candidato a Europa a un ciego payés que sabe más de España que el de ‘El lazarillo de Tormes’.
El inesperado regreso de Durán al guiñol público ha sido el gran acontecimiento de la semana. Miguel Durán, el ciego por antonomasia de todos los ciegos patrios, el vidente que levantó la ONCE, el hombre que hacía humor en compañía de Tip sin mirar mal a nadie, ha vuelto a la actualidad española para encabezar la lista a las Europeas de la mano del partido Ciudadanos y a mí ésta me parece una magnífica noticia, un rayo de luz en esta España miope ante la crisis que se le viene encima, astigmática ante su insignificancia en la OTAN y en la pomadilla de las G-8, las G-20 o las G-500, cegata ante sus cuatro millones de parados a los que no íbamos a llegar nunca según las improvisadas previsiones del Gobierno que cambian cada semana y según vamos pasando de los tres millones de despedidos a los tres y medio, a los cuatro y a los cinco que nos esperan dentro de seis meses. Hacía falta un Homero de las finanzas, un pregonero catalán y sensato de la recesión económica, y Albert Rivera, ese jovencito líder del Partido de la Ciudadanía que se despelotó con modestia para debutar en las últimas autonómicas al Parlament del Parque de la Ciudadela lo ha encontrado en ese hombre desconcertante que sabía lanzar puyas y pronunciar verdades como puños mirando al cielo sin verlo como Borges cuando profería una ironía culturalista.
Yo me alegro del regreso de Durán a nuestra política y más en una sorprendente coalición paneuropea como la que acaban de liar los ‘ciutadans’ con Libertas, un partido de la Irlanda más conservadora, pues Albert Rivera anda en estos momentos ubicado en la misma onda que Antonio Basagoiti en Euskadi cuando dice que lo que en Cataluña se debate hoy es una cuestión previa al litigio entre izquierdas y derechas. A los que decían que el PP vasco había perdido los principios (se referían a unas imprecisas esencias católicas) se les quedó la boca abierta al ver de presidenta del Parlamento vasco a una megapija donostiarra que decía con naturalidad que estaba cerca del Opus y contra el uso de los preservativos, cosa a la que jamás se atrevió Aznar en el Congreso de los Diputados. Lo normal en la política española es callar tus convicciones y navajear entre bastidores al que no las tiene, ser del Opus pero ir de muy abierto y hacer como que se es otra cosa. Pues bien, Albert Rivera rompe, como Basagoiti, esa tradición, se alía con un partido regenerador de la ética democrática y pone de candidato a Europa a un ciego payés que sabe más de España que el de ‘El lazarillo de Tormes’ y que el Max Estrella de Valle Inclán a la hora de delatar nuestros esperpentos nacionales.
Iñaki Ezkerra, EL CORREO, 27/4/2009