ABC 09/06/14
EDITORIAL
Las tensiones soberanistas y, sobre todo, el control absoluto que ejercen sobre Artur Mas sus socios de ERC amenazan con hacer que salte en pedazos el frágil equilibrio de la coalición entre Convergencia y Unión Democrática. La víctima principal de este proceso sería Duran Lleida, un político que lleva años jugando a la ambigüedad, con un discurso en Madrid y otro diferente en Barcelona, fiel reflejo de la forma de actuar desde la Transición del nacionalismo llamado «moderado». Duran es ahora incapaz de suavizar las exigencias radicales de Artur Mas y podría dejar próximamente la secretaría general de la coalición, así como la presidencia de la Comisión de Exteriores del Congreso. La incomprensible decisión de abstenerse en la ya inminente votación parlamentaria sobre la ley de abdicación ha puesto sobre la mesa la imagen de un nacionalismo que se desmarca de la línea institucional que tantos beneficios le ha reportado desde que se aprobó la Constitución. Con todas sus incongruencias y dobles lenguajes, Duran se sitúa en la tradición de un catalanismo capaz de practicar el sentido de la responsabilidad institucional como seña de identidad. Es notoria su incomodidad ante la decisión de no votar favorablemente la mencionada ley orgánica, y parece que su influencia ha llevado a rectificar al presidente de la Generalitat acerca de su disparatada intención de no acudir a la proclamación del nuevo Rey. Si se confirma la salida de Duran, quedará en evidencia una vez más la debilidad de esa imaginaria «tercera vía» que algunos predican, con mejor o con peor intención, entre la Constitución y el separatismo. La imagen más o menos institucional del todavía número dos de CiU ha sido la expresión de una forma de hacer política que parece estar llegando a su final mientras proliferan en Cataluña unas asambleas que pretenden superar la democracia representativa, al tiempo que desde la propia Generalitat se impulsa un proceso contrario a la ley, a la historia y al sentido común.