Kepa Aulestia-El Correo
El primer partido de Euskadi, el PNV, no acaba de encontrarse a sí mismo. La llamada a renovar su dirección, después de relevar a Iñigo Urkullu por Imanol Pradales como lehendakari, ha conducido a un enredo que nadie ajeno a la familia jeltzale podía prever, y que tampoco parecía entrar en los cálculos de Sabin Etxea. La mera suposición inicial de que Aitor Esteban era el aventajado para el caso de que Andoni Ortuzar no se presentara a la reelección al frente del EBB ha acabado con los dos compitiendo por el puesto. A no ser que uno de ellos opte por retirarse de la carrera en los próximos días. Aunque tal decisión sólo será óptima para el partido si el renunciante explicita su apoyo al otro candidato.
No se había visto nada parecido desde la liza entre Josu Jon Imaz y Joseba Egibar para sustituir a Xabier Arzalluz a finales de 2003. Con la diferencia de que entonces, en medio de la tramitación del plan Ibarretxe, las diferencias políticas entre los aspirantes a presidir el EBB podían adivinarse. Aunque ambos se mostraron renuentes a exteriorizarlas. A no ser que, de manera retrospectiva, aflore un relato de divergencias entre Ortuzar y Esteban, hasta ayer mismo todo parecía indicar que eran miembros de una misma familia. Y hasta hoy ninguno de los dos ha mostrado desavenencia política alguna respecto al otro. En un proceso electoral interno del que no se conocen siquiera actividades de captación de voto abiertas a todos los afiliados, cabe preguntarse qué razones -argumentadas ‘sotto voce’ o argumentables- han llevado a unos jeltzales o a otros a votar a favor de Ortuzar, de Esteban, o de Markel Olano.
Sería difícil argüir que Esteban -o que Olano- representa la renovación total frente a la continuidad de Ortuzar. Quizá es más fácil explicar lo que sucede como un repentino absceso de voto de castigo, aunque nadie exponga su porqué. Pero resulta significativa la bajísima participación de los afiliados del PNV en las elecciones de su dirección. Una renovación no ya sin entusiasmo sino a desgana nunca puede ser tal. En la balanza el escepticismo pesa tanto que la ilusión queda en nada. A lo que se une la fuerza disuasoria del enfrentamiento interno. Cuando la meritocracia del partido se pelea consigo misma, y son miles los que temen ser considerados advenedizos por parte de cualquiera. Aunque lleven años afiliados a EAJ-PNV. Un partido que se abstiene internamente queda desmovilizado.
El problema es que ese partido pilota las instituciones de Euskadi. Y es imposible que Gobierno vasco, diputaciones y ayuntamientos no se resientan por el ‘impasse’ y la zozobra a la que se enfrenta una formación desactivada también por desgaste. Síntomas de una ‘gobernanza blanda’ en nombre de procesos participativos que se eternizan en vaguedades, junto a impulsos resolutivos que descolocan hasta a los propios, y una narrativa que se aferra al «modelo vasco» de lo que sea, e incluso a una internacionalización voluntarista de Euskadi. La sensación de que todos somos PNV pero nadie lo es puede resultar demoledora sin esperar a 2027 y 2028.