Desde que ETA asola la tierra vasca, la creación de empleo ha sido insuficiente para ocupar a toda la población activa; la emigración ha sido una constante. La desaparición de ETA será una oportunidad para devolver al País Vasco una prosperidad perdida, aunque este hecho se haya ocultado tras una cifras de riqueza relativa.
Desde hace varios meses, con ocasión, primero, del debilitamiento de ETA y, más adelante, del establecimiento de una tregua por parte de esta organización terrorista, se ha especulado acerca del final del terrorismo nacionalista en el País Vasco. Diversos agentes sociales y políticos se han referido a ello, aunque sin mayores precisiones en cuanto a las condiciones exigibles a ese episodio terminal, más allá de la constatación del efectivo cese del empleo de la violencia con un fin político. Son una excepción en este panorama las asociaciones de víctimas del terrorismo que, en un documento complejo y reflexivo, han señalado los principios por los que debe regirse la sociedad democrática para que ese final no implique la impunidad con respecto a los crímenes cometidos por ETA.
Ya he señalado en un artículo anterior que, en mi opinión, la tregua de ETA no cabe interpretarla como una manifestación de su final, sino más bien como un repliegue estratégico cuyo alcance temporal puede ser más o menos dilatado dependiendo de la intensidad de los factores que acentúan la debilidad de esta organización terrorista. Sin embargo, ello no impide que podamos adentrarnos en la prospectiva de los efectos económicos que podrían derivarse de la definitiva desaparición de la violencia política en el País Vasco.
Para ello, el punto de partida ha de ser la consideración de los daños inmediatos que el terrorismo ha ocasionado sobre la economía vasca. Señalemos a este respecto que, como se puede ver con más detalle en los informes que publica la Cátedra de Economía del Terrorismo de la Universidad Complutense, durante el último quinquenio (2006-2010) las destrucciones ocasionadas por ETA en el País Vasco ascienden a un total de 40,5 millones de euros, lo que supone un promedio anual de 5,1 millones. Por otra parte, por medio de la extorsión a los empresarios, la organización terrorista ha podido obtener, en igual período, en torno a 19,6 millones de euros, 3,9 millones en promedio anual. Estas cifras son más bien pequeñas y, en su conjunto, apenas superan el 0,01 por 100 del PIB regional vasco.
Por tanto, pudiera parecer que el terrorismo, al menos en los años recientes, ha sido poco relevante para la economía vasca. No es así. El clima de incertidumbre que generan las campañas terroristas, incluso cuando se plasman en acciones callejeras y sabotajes a instalaciones empresariales o infraestructuras públicas, hace que las expectativas empresariales se vean rebajadas y que, como consecuencia, la inversión privada sea inferior a la que marcaría su nivel potencial si el terrorismo no existiera. Y ello hace que el conjunto de la economía crezca menos de lo que debiera.
En mi libro ETA, S.A. muestro que, en el promedio de los tres quinquenios más recientes, la economía vasca ha perdido alrededor de una quinta parte del PIB que pudiera haber obtenido si no hubiese estado sometida al clima de violencia impuesto por ETA. Es cierto que el punto álgido de esa pérdida se produjo en 1995 y que, desde entonces, a medida que la intensidad de las actividades terroristas ha ido disminuyendo, también lo ha hecho el diferencial de crecimiento al que estoy aludiendo. Por tal motivo cabría esperar que, en el caso de que el terrorismo desapareciera totalmente, el País Vasco experimentara un impulso adicional que le podría hacer recuperar el terreno perdido.
Sin embargo, cabe puntualizar que esa recuperación no será ni inmediata ni instantánea, de manera que, seguramente, podría demorarse durante un buen número de años. Ello será así porque, como ya ha ocurrido en otros procesos de abandono del terrorismo, debido a la disidencia interna que éste provoca en las organizaciones armadas, la violencia no desaparecerá del todo hasta pasados varios años y, por tanto, cabe esperar que el restablecimiento de la confianza empresarial sea lento. Además hay que tener en cuenta que este tipo de procesos tiene un carácter acumulativo y que discurren paralelamente a las transformaciones que experimentan las economías del entorno regional.
Para hacernos una idea de los plazos de los que estamos hablando he realizado un sencillo ejercicio en el que se estima cuántos años tardaría la economía vasca en converger hacia su PIB potencial si éste creciera a una tasa del dos por ciento anual, en tanto que el PIB real lo hiciera al 3,12 por 100; o sea, 1,12 puntos porcentuales por encima de aquella. La elección de este diferencial de crecimiento no es arbitraria, pues coincide con el que se puede estimar, esta vez con signo negativo, para la economía vasca durante el período 1976-1995, en el que fue más dañada por el terrorismo. Dicho de otra manera, el supuesto implícito en este cálculo es que el País Vasco puede recuperar, de manera inmediata, una capacidad de crecimiento equivalente a la que perdió durante los llamados años del plomo.
Los resultados que he obtenido señalan un plazo de de 16 años para la completa recuperación de los daños ocasionados por el terrorismo. Pero esta estimación es, por los motivos antes señalados, demasiado optimista, lo que significa que el proceso correspondiente puede ser aún más duradero. Por ejemplo, si la tasa diferencial entre el crecimiento real y el potencial fuera un tercio más reducida de la ya indicada, el horizonte de ese restablecimiento sería de un cuarto de siglo.
Ahora bien, que el proceso de la superación completa de las consecuencias que ha tenido el terrorismo vaya a ser muy dilatado, no significa que, en poco tiempo, no puedan empezar a visualizarse las nuevas condiciones para el desarrollo de la economía de la región. La variable crucial a este respecto es el empleo. Desde que ETA empezó a asolar la tierra vasca, la creación de empleo ha sido insuficiente para proporcionar trabajo a todos los adultos que entraban en la edad activa. Por tal motivo, la emigración ha sido una constante para muchos jóvenes vascos que buscaban una colocación, hasta el punto de que, durante las tres últimas décadas, el saldo migratorio interior ha sido constantemente negativo y muy cuantioso, habiendo pasado, en promedio, de unas 7.300 personas en los años ochenta a 5.300 en los noventa y a 4.800 en el primer decenio de nuestro siglo. Este hecho, insólito para una economía desarrollada, es la causa por la que las cifras del mercado de trabajo en el País Vasco anotan siempre reducidas tasas de paro, pues una gran parte de los trabajadores que no encuentran ocupación se marchan.
Pero si se acaba el terrorismo y la economía se encauza hacia su crecimiento potencial, entonces la creación de puestos de trabajo abrirá nuevas oportunidades para los que hasta ahora no las han tenido. Es posible cuantificar este aspecto teniendo en cuenta la relación que vincula al empleo con el PIB. Si éste último creciera al nivel máximo que antes se ha indicado, en una década habría 279.000 ocupados adicionales a los actuales; y si la tasa de variación del PIB fuera más moderada —en la cuantía ya señalada— los nuevos empleos serían 240.000. Y en un horizonte de veinte años, las cifras alcanzarían los 687.000 ocupados, en el primer caso, y 583.000 en el segundo. En otras palabras, el final del terrorismo lleva implícito el mensaje de que pueden crearse entre 24.000 y 28.000 puestos de trabajo al año durante la primera década posterior a su desaparición; y entre 34.000 y 40.000 anuales a lo largo del segundo decenio sin violencia política.
Lógicamente, estas proyecciones lineales estarán sujetas a los vaivenes del ciclo económico, por lo que sólo tienen un valor orientativo. Pero de lo que no cabe la menor duda es de que la desaparición de ETA constituye una oportunidad para devolver al País Vasco a la senda de una prosperidad que se había perdido desde hace muchos años, aunque, para muchos, este hecho haya quedado oculto tras una cifras de riqueza relativa superiores al promedio de España. Pues no se puede negar que si la región exhibió un PIB per capita mayor que la media nacional, ello fue en buena medida el resultado de la pérdida de población que tuvo lugar entre los años 1984 y 2000, y del menor crecimiento de ésta en el decenio más reciente.
Conviene que nos detengamos en esta última variable. El País Vasco alcanzó su máximo poblacional en el año 1984 con 2.153.000 habitantes. Desde entonces, las cifras mostraron un continuo descenso hasta el comienzo del siglo actual, con 2.070.000 individuos. Y en la última década se ha crecido un poco hasta llegar a 2.139.000 personas, sin que se haya alcanzado la cota de hace un cuarto de siglo.
El Instituto Nacional de Estadística, en su Proyección de la Población de España a corto plazo, en la que toma en consideración las tendencias más recientes que se observan en las variables demográficas —es decir, la natalidad, la mortalidad y los saldos migratorios interior y exterior—, ha previsto que el País Vasco vuelva a perder efectivos durante los próximos diez años, de manera que su población se quedará, en 2020, en 2.096.000 habitantes. Es esta proyección la que puede verse alterada si el terrorismo queda definitivamente superado, pues si el empleo crece como antes se ha indicado, la región, necesariamente, volverá a ser una tierra de inmigración. Ello es así porque no caben esperar cambios en las pautas de fecundidad y, por tanto, seguirá existiendo un déficit de nacimientos, de modo que los nuevos empleos tendrán que ser ocupados, al menos parcialmente, desde el exterior de la región.
¿Hasta dónde llegará la población en el País Vasco con el final del terrorismo? Si la actual relación entre el número de personas ocupadas y la población total se mantuviera constante, de acuerdo con las cifras de nuevos empleos que antes he expuesto, en el horizonte de una década la región puede llegar a tener entre 2,58 y 2,65 millones de habitantes; y en dos décadas llegará a una cifra de entre 3,22 y 3,41 millones.
El lector no debe ver en estas proyecciones un afán predictivo exacto, pues los procesos sociales y económicos están sujetos a cambios fortuitos que, aunque muchas veces son pequeños, generan importantes efectos acumulativos. Mi intención ha sido simplemente señalar que la desaparición del terrorismo lleva consigo una promesa de paulatina prosperidad para los vascos y para los demás españoles que podrán encontrar en el País Vasco un lugar de acogida y de empleo. Es verdad que, con ello, como ya ocurrió en el pasado, habrá cada vez menos nacionalismo y más pluralismo entre los residentes en la región. Tal vez a algunos no les guste esto, pero debieran pensar que, parafraseando el Ulises de James Joyce, ya ha llegado el momento de que «la historia deje de ser la pesadilla de la que tratamos de despertar».
Mikel Buesa, OJOS DE PAPEL, 1/2/2011