FERNANDO SAVATER-EL PAÍS
- Nadie se atreve a recordar a tan creativos legisladores que la educación consiste en que lo que sentimos se guíe por lo que sabemos y no lo que sabemos por lo que sentimos
Entre los muchos garabatos pintorescos que se anuncian en la reforma educativa del Gobierno, mi preferido es el de las matemáticas “con sentido socioafectivo para gestionar sentimientos”. Todo un récord, sentimentalizar incluso la disciplina racional más abstracta. ¡Que nunca haya cerebro sin su corazoncito! Si se trata de desarrollar la inteligencia, que sea emocional: ¿y por qué no una inteligencia muscular o respiratoria, ya puestos? Es que la razón es demasiado impersonal (”no tu verdad: la verdad / y ven conmigo a buscarla / La tuya, guárdatela”) para el gusto actual, que prima el reino de lo subjetivo y ve la necesidad objetiva como una esclavitud humillante, supongo que heteropatriarcal. Nadie se atreve a recordar a tan creativos legisladores que la educación consiste en que lo que sentimos se guíe por lo que sabemos y no lo que sabemos por lo que sentimos. Nada, eso nunca, ni en las ecuaciones de segundo grado…
En Euskadi, como siempre, el proyecto de reforma educativa sigue sus propias manías. “Sin escuela no hay euskera y sin euskera no hay país”. El planteamiento de primera hora de tres modelos lingüísticos (en castellano, en euskera y mixto), era el más respetuoso con la libertad de los alumnos y, por tanto, duró poco. Pronto el país dirigió lo que había que elegir. Pero no el país que existe, ese si desapareciese mejor, sino el que debe existir según nuestros visionarios timoneles. Sería de mal gusto recordar que la educación no debe inventar países, sino formar ciudadanos libres de ignorancia e iguales ante la ley: eso sería un intolerable sectarismo constitucional que no respeta la voluntad popular dictada por los dueños del caserío. ¡Estudiantes, a formar!
La buena noticia: Encuentro ha editado Controversias educativas y demás libros de Inger Enkvist, una educadora sensata.