GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA-El Correo

  • El cruento fracaso cosechado por atentados como el que costó la vida al jefe del Gobierno no puso fin a la historia del terrorismo

La primera organización terrorista moderna, el Ku Klux Klan, nació a finales de 1865. Debido a su naturaleza local y sus objetivos racistas, no tuvo imitadores directos fuera de EE UU. No obstante, en la década de 1880 ese tipo de violencia política reapareció en la Rusia zarista de la mano de colectivos como Naródnaya Volia (Voluntad del pueblo). Pronto se extendió por el resto de Europa, América e incluso Oceanía. De acuerdo con el politólogo David C. Rapoport, aquella oleada internacional de terrorismo fue posible por avances tecnológicos como el ferrocarril, los medios de comunicación de masas y la invención de la dinamita.

La globalización del fenómeno también respondía a otro factor: una cobertura doctrinal común. Un sector muy radicalizado del anarquismo había apostado por los atentados para acabar tanto con cualquier tipo de Estado como con el capitalismo. Sin embargo, sería un error confundir la parte con el todo. Por un lado, siempre se trató de una exigua minoría: el grueso del movimiento libertario se había decantado por la lucha sindical. Por otro, algunos grupos nacionalistas radicales no tardaron en copiar el método terrorista.

La época estuvo marcada por los magnicidios: entre otros, fueron asesinados el zar Alejandro II en 1881; la emperatriz de Austria Isabel, más conocida como Sissi, en 1898; el rey de Italia Humberto I en 1900; el presidente de EE UU William McKinley en 1901; y el rey de Portugal Carlos I y su heredero en 1908. Ahora bien, no hay que olvidar que la utilización de bombas hizo que la mayoría de los damnificados fueran ciudadanos anónimos. Por ejemplo, los 33 fallecidos en el atentado indiscriminado de Wall Street en 1920. Richard Bach Jensen calcula que tan solo hasta 1914 el primer ciclo mundial de terrorismo causó al menos 160 víctimas mortales y alrededor de 500 heridos.

España fue uno de sus principales escenarios. En noviembre de 1893 un anarquista lanzó dos bombas orsini en el Liceo de Barcelona, matando a 20 personas y lesionando a otras 27. En junio de 1896 un atentado durante la Procesión del Corpus Christi en esa misma ciudad segó doce vidas y dejó más de 60 heridos. En agosto del año siguiente fue asesinado el presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo en el balneario de Santa Águeda (Mondragón). En mayo de 1906 un terrorista intentó matar a los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia en el día de su boda. Cuando la comitiva real pasaba por la calle Mayor de Madrid arrojó una bomba que falló el blanco, pero provocó 25 víctimas mortales y más de un centenar de heridos. En noviembre de 1912, mientras miraba el escaparate de una librería de la Puerta del Sol, el presidente José Canalejas recibió un tiro en la cabeza.

Ayer hizo exactamente un siglo que tuvo lugar en la capital un nuevo magnicidio. En la tarde del 8 de marzo de 1921 un comando de tres terroristas montados en una moto con sidecar disparó a Eduardo Dato Iradier cuando su coche circulaba cerca de la Puerta de Alcalá. Como en los casos precedentes, los asesinos eran anarquistas.

Jurista y líder del Partido Conservador, era la tercera vez que Dato ocupaba la presidencia del Gobierno. El atentado conmocionó a España en general y a Álava en particular. Aunque nacido en La Coruña, la víctima estaba íntimamente vinculada a esta provincia. Su madre era de Lanciego y estaba emparentada con el músico Sebastián Iradier y el explorador Manuel Iradier. Su esposa, Carmen Barrenechea, era vitoriana. El mismo Dato era diputado por el distrito de Vitoria. No es de extrañar que en 1903 el Ayuntamiento de dicha ciudad le hubiese nombrado ‘hijo adoptivo’ y que en 1911 le hubiese dedicado una importante calle, que todavía lleva su nombre. En 1925 el Consistorio vitoriano levantó un monumento en homenaje a Dato en el Parque la Florida.

La primera generación de terroristas llegó a su ocaso en la década de 1920. La sangre que habían derramado no trajo la utopía libertaria. Al contrario, acrecentó la represión contra el movimiento obrero y muy especialmente contra el anarcosindicalismo. Por añadidura, este tipo de violencia contribuyó al estallido de la I Guerra Mundial. Su detonante fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo por disparos de un pistolero nacionalista serbio en junio de 1914.

El cruento fracaso cosechado por aquellos atentados no puso punto final a la historia del terrorismo. Desde entonces el planeta ha padecido otras tres oleadas: la nacionalista/anticolonial, la de la ‘nueva izquierda’, en la que se enmarca ETA, y la yihadista. Todavía estamos inmersos en esta última, la cuarta, que no sabemos cuándo terminará. Tal vez estemos a tiempo de evitar que haya una quinta.

GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA. Historiador, Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo