Las inmigrantes se integrarán de verdad en nuestra cultura si pueden ejercer sus derechos. Lo que realmente importa es que se escolaricen y puedan ganarse la vida. Si para conseguirlo hemos de tolerar que lleven el pelo cubierto, que así sea. Pero el otro velo, el que tapa todo el rostro, es inaceptable por múltiples razones.
Prosigue la polémica por ese colegio de Pozuelo, Madrid, donde una alumna musulmana ha sido expulsada por llevar el pelo cubierto por el pañuelo típico de su tierra. Sus amigas cristianas han reaccionado presentándose a clase con similar atuendo y han sido expulsadas también. ¿Debemos permitir que las alumnas musulmanas acudan a un colegio español con el pelo cubierto? Pues claro que si; al fin y al cabo ¿por qué no?
Es necesario afrontar ciertos temas sin tapujos: ¿Qué pretendemos de los emigrantes? Que se asimilen, porque es lo más practico, tanto para ellos como para nosotros. Ahora bien, la asimilación no significa que los emigrantes se conviertan en fotocopias nuestras, abandonando por completo sus propias costumbres y su modo de ser. Por otra parte, los españoles somos un colectivo numeroso y bastante heterogéneo. Existe por lo tanto un margen bastante amplio para tolerar las peculiaridades de los emigrantes o incluso incorporar algunas de ellas al conjunto del colectivo. Por otra parte, muchas costumbres y peculiaridades españolas del presente fueron en su día innovaciones totalmente inéditas o importaciones exóticas que a menudo resultaron sumamente polémicas.
Existen sin embargo algunos elementos que resultan totalmente inasimilables. Uno de ellos es el tema de los derechos de la mujer, derechos que las occidentales han conseguido recientemente tras casi dos siglos de esfuerzos. Fuera de Occidente, hay muchas culturas donde esa larga evolución no ha tenido lugar en absoluto o ha sido parcial e incompleta. Cuando esas gentes traen a sus esposas e hijas a Europa, se produce un choque cultural. Como norma general se pueden y se deben respetar las costumbres ajenas, pero cuando nos exigen que respetemos un supuesto derecho a no respetar los derechos de ciertas categorías de individuos, la única respuesta posible es una negativa total.
En todo este embrollo, ¿qué representa realmente el velo? Una apariencia, una pista falsa, un elemento para despistar, como el capote de un torero. El Corán no dice ni una sola palabra al respecto. Algunos ‘hadits’ sí, pero estos son sólo proverbios atribuidos a Mahoma como ser humano, no como profeta. Por lo tanto no son vinculantes para el musulmán. El velo no es un dogma, es sólo una vieja costumbre, que se puede cambiar.
El vestuario de la inmigrante es algo irrelevante. La última vez que los españoles intentamos asimilar a un colectivo musulmán numeroso, los moriscos, nos basamos sólo en las apariencias: les prohibimos su idioma, sus ropas, sus canciones y bailes… Se creó por decreto una falsa apariencia, como el referéndum suizo para prohibir los minaretes en las mezquitas. Si no lo vemos, no existe. Pero como dijo Ortega y Gasset, toda realidad ignorada está preparando su venganza.
Las inmigrantes se integrarán de verdad en nuestra cultura si pueden ejercer sus derechos. Para ello, lo que realmente importa es que se escolaricen y sean capaces de ganarse la vida. Y si para conseguirlo hemos de tolerar que lleven el pelo cubierto, que así sea. Pero esta tolerancia tiene sus límites: el otro velo, el que tapa todo el rostro, es inaceptable por múltiples razones. Tampoco es de recibo que un padre musulmán intente sacar a su hija de las clases de biología, arte, gimnasia, filosofía u otras asignaturas alegando supuestos motivos religiosos que sólo disfrazan sus prejuicios personales.
Durante mi última visita a la ciudad de Londres, vi a varios empleados del metro que eran hindúes. Vestían el uniforme reglamentario del metro, pero usaban los turbantes típicos de su etnia en vez de la gorra reglamentaria. Que esto nos sirva de lección: podemos y debemos sacrificar lo accesorio, -las apariencias externas- para conseguir lo fundamental.
(Juanjo Sánchez Arreseigor es historiador, especialista en el mundo árabe)
Juanjo Sánchez Arreseigor, EL CORREO, 24/4/2010