Ahora la polémica se llama ‘ciudadanía’, ignorada en la ley de 2002 pero indispensable desde 2006. Pero en ella puede caber todo: desde aprender lo que significa «estar enamorado» hasta la «incompatibilidad esencial entre capitalismo y democracia». Lo que sigue latiendo es que perdure el enfrentamiento; con él, no habrá pacto, y sin éste la educación seguirá a bandazos.
Cada tres años la OCDE se empeña en aguarnos la Navidad con su Informe PISA. Lo hizo en diciembre de 2001 y 2004. Ahora ha vuelto con la mala noticia de que nuestro sistema educativo sigue mal. Vivimos esperanzados durante unos años sin informe, convencidos de que la educación no universitaria mejora gracias a los esfuerzos del Gobierno de turno, pero llega el aguafiestas del PISA y con el PP o con el PSOE salimos malparados. Parece que estamos en un siniestro círculo vicioso que hace difícil el diagnóstico del mal y su remedio. Por lo que valgan ahí van algunas líneas de reflexión bastante obvias. Pienso que nuestros males acaso tengan que ver con estos cuatro puntos: tacañería, penelopismo, encono y fuegos artificiales. Me explico.
Por tacañería significo la astuta mezquindad en la asignación de recursos a la educación. Ya sé que el dinero no es todo y que no da la felicidad. Pero concedamos que algo ayuda. Así, digamos que España es tacaña con su educación. Para hablar sólo de financiación pública: si el esfuerzo educativo de Finlandia en los últimos años se sitúa entre 6% y el 7% de su PIB ¿no es lógico que salga en la foto mejor que España, que se mueve sobre el 4%, sin llegar al 5% del PIB? ¿Por qué somos tan ruines en nuestra inversión educativa? La culpa debe de ser de Hacienda, por supuesto. Pero el problema es que Hacienda -como se decía antes- somos todos y todos tenemos culpa. No nos quejemos del PISA. No maldigamos del espejo, si nuestro rostro es feo. Yo no recuerdo que en las encuestas haya aparecido nunca como preocupación primordial de los españoles la educación. Es más, a cualquier responsable de Economía y Hacienda, que ha de velar por el equilibrio presupuestario, aguantar el tirón de ministros imaginativos y de dudosas ocurrencias arbitristas, preelectorales (o no), le resulta más fácil cerrar el grifo en educación antes que guillotinar gastos más lucidos a corto y con supuesto beneficio electoral. Mejor no dar ejemplos. En cambio la educación lo aguanta todo. Quitar o poner dinero no se nota de momento. Es más económico inmolar al titular de Educación en la incineradora de residuos. Ya vendrá otro que nos repita el cuento de la buena pipa, con esas ideas suyas tan geniales y decisivas que plasmará en su ley indefectible.
Así saltamos de la astuta tacañería al «penelopismo», o sea, al tejer y destejer. Se dice que hoy la natalidad ha descendido, al igual que la mortalidad infantil. Pero esto no cuenta para las leyes educativas. Desde 1978 la procreación educativa fue espectacular. Es pena que ninguna ley alcanzase su mayoría de edad. Debe recordarse que, por la complejidad del sistema, unaley educativa precisa como mínimo quince o veinte años de maduración para hacerse realidad. Pero aquí cada nueva ley nació con sus días contados. En 1980 se extrajo con fórceps la LOECE, que no llegó a cumplir sus cinco añitos. En el 85 vio la luz la LODE, modificada por la LOPEG en el 95. Entre tanto vino al mundo la LOGSE, por cesárea, en el 90. Las tres resultaron heridas de muerte por la LOCE (2002), alanceada ésta en sus balbuceos por la flamante LOE (2006). Sería estúpido decir que en nada se progresó. Pero el avance hubiese sido mayor si no se hubiera realizado a trompicones, haciendo eses como un beodo, o como un buque con piloto enloquecido, que da virajes continuos a babor y a estribor, mareando al personal hasta la náusea.
Todas estas leyes tan diferentes mostraron dos rasgos comunes: 1º) confesaban su intención de corregir los disparates de la ley anterior, enfilando ya al verdadero progreso, y 2º) se aprobaron con mayoría rasposa y con una oposición enardecida dispuesta a derogar la aberración aprobada en cuando llegare al Gobierno. Entramos así en el encono: en educación nuestras discrepancias son encarnizadas. Discutimos a cara de perro sin propósito de pacificar, sino de enardecer a nuestras respectivas parroquias. Nadie, salvo excepciones, cede un milímetro. En suma, pese al consenso sobre el artículo 27 de la Constitución, subsiste una enormidad de asuntos polémicos. Entre ellos, la pugna entre sector público y privado; entre Estado y Comunidades autónomas; la existencia de controles y de itinerarios; la repetición, o no, de curso y en qué condiciones; enseñanza laica o religiosa; disciplina en las aulas, etcétera. Pese a que de hecho se ha producido una cierta convergencia tácita, lo cierto es que no se ha cerrado un verdadero pacto escolar que nos haría mejorar de modo espectacular. Todos los que están en minoría invocan con ardor ese pacto, pero lo olvidan cuando tienen mayoría. Es la vieja historia.
Queda, por fin, eso de los fuegos artificiales, que quizá hayan intrigado al lector. Me refiero a ciertos elementos de distracción (o polarización) que se lanzan con regularidad, para que el encono no decaiga y se concentre en torno a ellos la opinión pública, despistada de los principios básicos dichos: más dinero, rumbo mantenido, pacto escolar.
Como fuegos de artificio resultaron muy espectaculares los del festejo de las Humanidades. Quizá ustedes recuerden la gran polvareda levantada por el asunto de la enseñanza de la historia, del latín y del griego, de la literatura y el arte y, por supuesto, de la lengua. En realidad no era imposible el acuerdo, como se demostró en la comisión con pluralidad de partidos, que yo presidí y que concluyó en aquello de «lectura, lectura, lectura». Lástima que el acuerdo de 1998 les pareciera corto a unos y excesivo a otros. Y apenas fue útil para la pacificación, porque en realidad no interesaba. No era tanto las humanidades lo que importaba sino alimentar el encono. Suma y sigue.
Ahora la polémica se llama «ciudadanía», palabra ignorada en la ley de 2002 pero indispensable desde 2006. Estábamos ya convertidos por la LOGSE a la verdadera fe de la «transversalidad» de la educación en valores, cuando surgió, con traca, cohetería y castillo de luces, el fogonazo genial: «Educación para la ciudadanía». Ahí estaba el futuro. A juzgar por la nueva polvareda más pareciera que se implantaba una educación para la algarabía. Por supuesto que educar a las nuevas generaciones en los valores de la Constitución es esencial. Pero entendidos como denominador común aceptado de educación ciudadana, con buena ejemplaridad de los mayores y sin estridencias polémicas. La pena es, que según libros de texto que he examinado, en el nuevo invento puede caber todo: desde aprender lo que significa «estar enamorado» hasta enseñar la «incompatibilidad esencial entre capitalismo y democracia». En realidad lo que sigue latiendo es que no se apague el rescoldo del enfrentamiento. Mientras éste continúe no habrá pacto; sin pacto la educación seguirá a bandazos y, por supuesto, el dinero irá a otros fines más evidentes e inmediatos.
Entre tanto, en el 2010, volverán las golondrinas y también el Informe PISA que nos evaluará no por la enseñanza de la ciudadanía, sino por la de ciencias, matemáticas o lectura. ¿Habrá entonces nuevas siglas que añadir a la serie LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE y LOE? No lo descartemos. ¿Tendremos mejores resultados o continuará en cuento de nunca acabar? Está por ver.
(Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona ha sido ministro de Educación con UCD)
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona, EL PAÍS, 13/12/2007