Editorial-El Correo

  • El reñido pulso entre Harris y Trump extrema la crispación en la recta final de las elecciones presidenciales

Afalta de dos semanas para las elecciones presidenciales de Estados Unidos, la máxima igualdad que dibujan las encuestas otorga un carácter decisivo a la recta final de la campaña, en la que cualquier factor inesperado puede inclinar la balanza. Kamala Harris, cuya candidatura de última hora en sustitución de Joe Biden dio un impulso a los demócratas, mantiene una ligera ventaja sobre Donald Trump, quien sin embargo está en condiciones de regresar a la Casa Blanca si se impone en los Estados ‘bisagra’ que determinarán el escrutinio final según el añejo y peculiar sistema norteamericano. Esa incertidumbre alimenta la movilización de los votantes tanto como una polarización extrema que ha envenenado la relación entre los dos grandes partidos y dañado peligrosamente la convivencia. Los incendiarios mensajes del magnate republicano en los que solo admite como opciones su victoria o un fraude masivo retratan un muy discutible espíritu democrático y el ambiente con el que, fracturada por la mitad, la primera potencia del planeta se dispone a acudir a las urnas.

Los comicios se presentan como un cara o cruz que va mucho más allá de las diferencias ideológicas entre formaciones tradicionales encuadradas en el eje izquierda-derecha. Si bien Harris personifica una versión clásica del Partido Demócrata con un marcado acento social, su rival encarna un populismo extremo y desacomplejado que apuesta por el aislacionismo, coquetea con autócratas de diverso signo, promete vengarse de sus rivales desde el poder y abomina del papel de EE UU como garante de la estabilidad global. El miedo a Trump constituye para la vicepresidenta una baza al menos tan seductora como sus propias propuestas programáticas, su condición de representante de una nueva generación de líderes y el reto de situar por primera vez a una mujer en el Despacho Oval. El éxito que la ha acompañado en la captación de fondos de donantes demuestra que se trata de un sentimiento muy extendido.

Al igual que los dos intentos de asesinato que ha sufrido en plena carrera electoral -una perturbadora demostración del auge de la violencia política-, la posibilidad cierta de que vuelva a presidir EE UU un aspirante condenado por 34 delitos, con una causa pendiente, entre otras, por el asalto al Capitolio y propalador de bulos delirantes, revela heridas profundas en el país. Heridas que, por desgracia, no es seguro que suturen las urnas el 5 de noviembre.