Miquel Giménez-Vozpópuli
Los separatistas suelen gritar así cuando un mosso va detener a uno de los suyos. Esa onomatopeya debería ser adoptada también por quienes los sufrimos.
Dado que el grito y no la razón es la respuesta de quienes monopolizan la vida y hacienda en Cataluña, el escribidor entiende que lo suyo sería pagarles con la misma moneda, soltando ese eeeeheeee mezcla de advertencia amenazante, exclamación indignada y petardeo sonoro que acostumbramos a escuchar en las kermeses separatas cuando la ley intenta hacerse valer o el discrepante asoma el dedo acusador de la verdad. Ejemplos prácticos.
Y como no hay barbaridad separatista sin tonto socialista, el PSC se prepara para aprobar en su congreso de diciembre el siguiente texto: “Se debe reconocer a Cataluña como a una nación y a España como a un Estado plurinacional”, remarcando que ven en esa propuesta una medida que representaría la auténtica igualdad entre españoles dado que “la reformulación en sentido federal es la más viable políticamente, la más estable económicamente, la más justa socialmente y la única capaz de aglutinar un amplio apoyo social”. Que la federación sea inaplicable en el caso de España, porque solo se federa aquello que está separado y no es el caso de la nación más vieja de Europa, o que consagrar las tremendas e injustas diferencias entre, por ejemplo, el cupo vasco y el resto de financiación de otros lugares de España, sea reaccionario y contrario a toda igualdad, les es indiferente. Con tal de contentar a los separatismos, lo que sea. Así que si se cruzan con Iceta, mientras este va o viene de tomar café con Esquerra, grítenle ¡eeeeheeee!
Vayamos ahora con el representante comercial de la marca Maleteros Puigdemont y Asociados, el conseller de Asuntos Exteriores, Alfred Bosch. Asegura que Estados Unidos, donde va de viaje con todo pagado por nuestros impuestos, “tiene una sensibilidad muy marcada acerca de lo que pasa en Cataluña”, aunque esa sensibilidad se traduzca con el parco resultado de haberse visto solamente con dos congresistas de los cuatrocientos treinta y cinco que hay, dictar un par de conferencias en la Universidad John Hopkins y en la Universidad de Georgetown, con un éxito de público perfectamente descriptible: de catorce personas, a siete por acto, contando profesores. Eso, por no hablar de la tremenda repercusión mediática de su periplo por la tierra de Benjamín Franklin: solo TV3 y Catalunya Ràdio asistieron a sus ruedas de prensa. Si se lo encuentran entre viaje y viaje, vociferen a su paso ¡eeeeheeee!
Pero, eso sí, ellos gritan y gritan hacéndose los mártires como nadie, aunque de poco les sirvió berrear estos días pasados ante la Gendarmería francesa, a la que le da lo mismo si chillan como si cantan La Jota de La Dolores. Es la ley, no el grito lo que debe regir en una sociedad moderna y democrática y eso lo saben en Francia y en todo el mundo civilizado. Sin respeto a la legalidad no puede existir la libertad porque somos esclavos de la ley justamente para ser libres, como decía Cicerón, y Maquiavelo, que conocía muy bien al romano, apuntilló que lo peor era hacer una ley y no cumplirla, especialmente si la inobservancia la cometía quien la había redactado. Al separatismo le queda el grito, seguro, además de la complicidad del socialismo, las arcas públicas que secuestraron hace décadas, su aparato de propaganda, unos fanáticos dispuestos a todo, lo reconozco, pero la fuerza de la razón, esa, no la tienen ni la tendrán jamás.
El grito les acomoda más, porque el totalitarismo, históricamente hablando, siempre se ha encontrado más a gusto entre la vociferación gregaria y hueca que con la conversación mesurada, sin alzar la voz y argumentado ideas y razones.
Los gritos de ritual, que decían en el franquismo.