- Estamos ante un hecho práctico: por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Europa continental no es el principal aliado de Estados Unidos.
Biden daba entonces sus primeros pasos en la Casa Blanca tras el período electoral más desagradable que se recuerde en Estados Unidos. Donald Trump se fue a su manera: como un elefante en una tienda de antigüedades. Dejó a los estadounidenses, pero también al mundo, crispados y con ganas de pasar la página cuanto antes. Eso le prometía a Joe una luna de miel idílica dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos. Sin embargo, llegó la pandemia, Afganistán y hasta Francia. Unos meses y el ambiente se ha enrarecido.
Entrando en octubre, Biden sigue muy lejos de ganarse nuevamente esa posición de liderazgo confiable que prometió febrero. ¿Es tan distinto a Trump como aparentaba? “Se parece mucho a lo que Trump hizo”, dijo Jean-Yves Le Drian, el ministro de Asuntos Exteriores de Macron, hace pocos días. Francia, el más antiguo aliado de Estados Unidos, acaba de llamar a consultas a su embajador en Washington, algo que no pasó ni con Donald. La razón fue muy trumpista: con ayuda de la Gran Bretaña de Boris Johnson, el Gobierno de Biden cerró una alianza con Australia para construirles unos submarinos nucleares. Ese acuerdo tumbó un acuerdo previo con Francia, que perdió un contrato de 66.000 millones de dólares.
La versión del Eliseo es que la Casa Blanca no cumplió con avisar que entraban en la componenda comercial. Desde Washington dicen que sí avisaron. Según The Washington Post, la verdad, como suele ocurrir, está en el punto medio: avisaron, pero muy tarde. Lo cierto es que la relación entre ambos Gobiernos quedó bastante maltrecha, algo preocupante cuando la Unión Europea se embarca en una travesía sin el mando de Angela Merkel. A la espera de qué ocurre en Berlín, el liderazgo recaerá en un París distanciado de Washington, pero cercano a Moscú y a los reinos árabes.
Bruselas y Washington ya son de esas parejas que no conviven, y hasta tienen otra pareja de hecho, pero se niegan a oficializar la ruptura
Así, el mundo recompone sus piezas. La alianza transatlántica de Biden no es necesariamente con la Unión Europea sino con Gran Bretaña. De hecho, con la Mancomunidad de Naciones o el mundo angloparlante. Entonces, la diferencia con Trump no es en el objetivo sino en las formas. Washington ha entendido que ese es el camino más corto para recuperar la influencia perdida en los últimos años, sobre todo con una UE que es manipulada por países como Rusia a través del chantaje energético o de la desestabilización política.
Este impasse diplomático con los franceses no es el primero que ha tenido Biden con un miembro de la UE. La salida caótica de Afganistán no fue consultada con sus aliados europeos a pesar de que lucharon esa guerra juntos y que la mayoría de los refugiados afganos han ido a parar a países de viejo continente. Tampoco la pandemia ha sido un ejemplo de cooperación entre ambos, con la distribución de las vacunas y el bloqueo americano a los viajeros europeos entre los temas más controversiales en este aspecto.
Salvo un giro inesperado, y las grandes naciones no se mueven inesperadamente, estamos ante una gran recomposición de las placas tectónicas de la política mundial. Es un hecho práctico que, por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la Europa continental no es el principal aliado de Estados Unidos.
Bruselas y Washington ya son de esas parejas que no conviven, y hasta tienen otra pareja de hecho, pero se niegan a oficializar la ruptura.
*** Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.