IGNACIO CAMACHO-ABC
La misión de este Gobierno es abrirle a Sánchez un espacio político para que lo disuelva en el momento más propicio
COMO en la recursión de la rosa de Gertrude Stein, una encuesta es una encuesta es una encuesta. Ni más ni menos que eso. Una fotografía sociológica, circunstancial, falible, transitoria. La de este fin de semana en ABC revela que la moción de censura ha revivido al PSOE, descolgado a Podemos y realineado el centro-derecha, pero es sólo un estado de opinión momentáneo del que no conviene extraer conclusiones categóricas. Salvo la que se refiere a la enorme volatilidad –¿superficial, frágil, caprichosa?– en que se ha instalado la política española.
Hasta que se asiente el «efecto champagne» de la irrupción sanchista parece aconsejable evitar los diagnósticos concluyentes en la lectura de los sondeos. Hay una burbuja de satisfacción en torno al nuevo Gobierno, cuyo alcance sólo podrá medirse cuando comience a tomar decisiones en serio. No obstante, los indicios están a la vista de quien quiera verlos: Sánchez le ha dado la vuelta a su impronta de perdedor contumaz y se ha situado en una posición de ventaja sobre el resto. Hace pocas semanas pugnaba con Iglesias por el último lugar del ranking político nacional y ahora ocupa, con cierto desahogo, el primero. Su movimiento sorpresivo le ha proporcionado claro rédito: no sólo porque se ha encaramado al poder y cumplido su anhelo, sino porque ahora está además en condiciones de imponer la iniciativa y de marcar los tiempos.
Con un estilo opuesto al de su antecesor, el nuevo presidente es también un pragmático. Sólo le importan sus objetivos y le sirve todo lo que le ayude a alcanzarlos. Para entender su estrategia hay que analizar las escasas constantes que ha mantenido a largo plazo; su palabra tiene un valor relativo, meramente táctico, que a menudo encubre la intención de hacer lo contrario. Su política de escaparate tiende a despistar a los adversarios sobre el rumbo real que se ha trazado. Tiene bien aprendida la lección maquiavélica que en «El padrino» impartía Marlon Brando: nunca digas lo que piensas delante de extraños y cuando tengas que actuar, hazlo rápido.
Por eso la duración de este Gabinete es un albur sometido al criterio de oportunidad más estricto. Parece pensado para un año como mínimo, pero en cualquier momento, acaso en cuanto la demoscopia consolide la tendencia que ha empezado a apuntar, puede disolverse a sí mismo. Antes que gobernar, su misión es la de mantener abierto un espacio político para que el líder elija el instante más propicio. Eso significa que tiene tantas probabilidades de agotar la legislatura como de batir un récord de destino efímero. A partir de septiembre, cada día será susceptible de alumbrar un horizonte distinto.
A este respecto no sirven conjeturas ni apuestas. Sánchez ha conquistado el privilegio de decidir a su propia conveniencia. Dicho simplemente: las elecciones serán cuando él quiera. Cuando mejor le cuadren las encuestas.