Olatz Barriuso-El Correo

  • El presidente del PNV guipuzcoano siempre ha visto el pacto con el PSE como un engorroso peaje del pacto interno que le ha permitido mantenerse en el poder

Una de las frases más elocuentes del debate que celebraron ayer las Juntas Generales guipuzcoanas la pronunció la socialista Arritxu Marañón al advertir a sus socios del PNV de que «no vale buscar una mayoría para gobernar y tener estabilidad y otra para los temas identitarios». La juntera del PSE-EE dio en el clavo porque, en realidad, el acuerdo escenificado ayer en el Legislativo foral entre PNV y EHBildu no es sino la enésima declinación de un viejo sueño de Joseba Egibar, la unidad de las fuerzas abertzales en pos del derecho a decidir, y la constatación de su desprecio real por los acuerdos con los socialistas. «El PSE no es fiable, a ningún efecto», declaraba en 2014, cuando Urkullu empezaba a poner las bases de su entente de largo alcance con el partido que hoy lidera Andueza.

Egibar siempre ha visto la alianza con los socialistas como un mal menor, un peaje engorroso del pacto interno que le ha permitido seguir en la cúspide del poder jeltzale durante casi cuatro décadas. Y veremos si algo más, sea en carne mortal (no hay que descartarlo, ojo) o por persona interpuesta, porque, como ya ha venido avisando, aunque haya dejado la portavocía parlamentaria, de la política no piensa jubilarse nunca. Y que si toca renovar caras, ha advertido también, tienen que ser todas, no sólo la suya.

En esa clave cobra un nuevo y palpitante sentido, en puertas de que arranque este domingo el proceso interno jeltzale, la moción aprobada ayer por PNVy Bildu para reverdecer laureles soberanistas, colocar el listón en el derecho a decidir y redefinir el marco Euskadi-Estado hacia ese ‘más Estado’ que propugna Otegi. Obviando que si Eider Mendoza es diputada general no es sólo gracias al acuerdo global con el PSE sino también a los votos del PP a cambio de nada. Un movimiento que los populares no volverían, por cierto, a repetir.

No es la primera vez que el PNVguipuzcoano va por libre, ni será la última, aunque Egibar no puede presumir de que las tentativas de resucitar, ‘grosso modo’, el extinto espíritu de Lizarra le hayan dado buen resultado. El experimento ‘Batu Gaitezen’, la campaña en paralelo que construyó en torno a la unidad soberanista, se saldó en 2011 con un sonoro fracaso y abrió de par en par a Bildu la puerta de las principales instituciones del territorio. Las bases soberanistas para el nuevo estatus que logró forzar en el Parlamento acabaron superadas por un acuerdo cojo con PSE y Podemos que ha mantenido en barbecho, hasta ahora, el debate soberanista. A nadie podrá sorprender el golpe en la mesa del PNV guipuzcoano, o más bien ‘egibariano’, para calentar la ronda de Andoni Ortuzar: ya en el emblemático acto de arranque de curso en Zarautz apostó por un pacto con Bildu «y si se suma el PSE, mejor».

Egibar es muy consciente de que solo un acuerdo avalado por el PSE tiene posibilidades de que Sánchez lo bendiga en Madrid. Pero en realidad no está reivindicando tanto eso, sino su propia figura, el peso específico del PNV guipuzcoano como ente casi autónomo dentro del PNV global, su capacidad para hacer y deshacer en los límites de su feudo sin injerencias de Sabin Etxea. El nuevo estatus, aquí, no es tanto el fin, sino el medio.