Iñaki Iriarte López-El Correo
Profesor titular de la EHU/UPV
- La decisión de mi universidad revela una mentalidad nacionalista extendida en el pasado, que creía superada. La convicción de que el castellano no es ‘de aquí’
Afinales de la semana pasada me levanté con la noticia de que el equipo rectoral de mi universidad, la Universidad del País Vasco, había decidido que a partir de junio el nombre oficial de la institución figure solo en lengua vasca: Euskal Herriko Unibertsitatea. La decisión me causa tanta tristeza como enfado. El español es mi lengua materna, como lo es de la inmensa mayoría de mis compañeros de trabajo y del alumnado. No se trata de una especie invasora que haya que arrinconar, como esas plantas exóticas que han crecido en los humedales. Hará treinta años una canción del Nafarroa oinez se interrogaba si no sería rara una Navarra sin el euskara. Y aunque conozco a quienes se encogerán de hombros y responderán: «Por mí, estupendo», en mi caso no es así. Sé perfectamente que un cambio de nombre -ni siquiera un cambio del de todas las instituciones y todos los rincones del País Vasco- no podría sacar al español de sus calles y hogares. Mucho menos conseguir su sustitución por el euskara.
Hasta el euskalzale más entusiasta vislumbra que, a la larga, es mucho más probable que aquel quede arrinconado como una lengua litúrgico-administrativa que su generalización a toda la población vasconavarra. Probablemente, el equipo rectoral de la UPV teme lo mismo. Y de ahí su recurso a una medida tan drástica. Siendo consecuentes, ¿no debería también exigirle al profesorado que deje de publicar en castellano?
Si a alguien se le ocurriera quitarle a la Universidad Pública de Navarra su denominación bilingüe me parecería -por utilizar un adjetivo sobre el que me tocó debatir en mi época parlamentaria- abiertamente euskarófobo. Por descontado, si desde el principio no tuvo una denominación bilingüe -algo que desconozco-, fue muy desacertado. Gestos de este tipo hacen pensar que la lengua y la cultura omitidas te parecen, como poco, irrelevantes.
La decisión adoptada por mi universidad revela una mentalidad muy extendida en el pasado. Una mentalidad nacionalista que, ingenuamente, creía superada. La convicción de que el castellano, el romance, no es ‘de aquí’. Que ‘de aquí’ solo puede ser el euskara. La catedrática María Teresa Echenique demostró hace ya treinta años el carácter autóctono del romance en el País Vasco. Incluso en Gipuzkoa, el territorio más vascoparlante de la Península, los documentos más antiguos están escritos en latín. ¡Qué decir de Navarra, Bizkaia y Álava!
Pero, aunque la presencia del romance, del protocastellano, tuviera solo 700 u 800 años de historia en nuestra tierra, ¿no sería tiempo suficiente para considerarlo como propio? En las dos últimas décadas han llegado decenas de miles de personas a vivir al País Vasco. Esas personas son, como lo somos todos, la suma de un cuerpo biológico y de una cultura. Si el mensaje que se les quiere dar es que, incluso después de 800 años su cultura será extranjera y que ellos también, a poco que no se asimilen, mal vamos. Un día toca jugar al juego de la multiculturalidad acogedora; otro día, al del nacionalismo excluyente.
Pienso que hay un fondo de impotencia en la decisión adoptada. Porque mi sensación personal (que, sin duda, debe ser tomada con cautela) es que cada vez se escucha menos vasco en los pasillos y las aulas de mi universidad. La combinación entre una bajísima demografía y una alta llegada de extranjeros jóvenes ha hecho que el predominio del castellano en el campus se acentúe. Se pudo conseguir, sí, que la gran mayoría de la población escolar pasase por el modelo D (íntegro en euskara). Pero es mucho más difícil lograr que lo adopten como lengua cotidiana.
Que yo sepa, el único caso donde, en tiempos modernos, se consiguió que una población lingüísticamente diversa abandonara, sin prohibiciones legales de por medio, sus lenguas maternas para adoptar una lengua ‘nacional’, pero hasta entonces minoritaria, es Israel. Allí, en efecto, a base de nacionalismo y de una campaña de desprestigio del yidis y del árabe, se logró que el neohebreo fuese adoptado como lengua principal o única por la gran mayoría de los ciudadanos, aunque fuese al precio de que muchos abuelos se comunicaran con dificultad con sus nietos. No creo que sea un modelo alentador. Aunque los nacionalismos son expertos en ver pajas en los ojos de otros nacionalismos y en ignorarlas en los propios.
Me declaro pacíficamente insumiso a la decisión del equipo rectoral de mi universidad. Cuando hable y escriba en vasco, esta será para mí, como lo ha sido hasta ahora, la ‘Euskal Herriko Unibertsitatea’. Cuando hable y escriba en español, en cambio, será la ‘Universidad del País Vasco’. Amén.