Entre aquel mitin, el primero autorizado del PSOE en España desde la Guerra Civil, y el de ayer en Eibar se nos han ido 33 años de vida, y a Felipe algo de memoria, pero tampoco importa, porque las nuevas generaciones, nostálgicas de lo que no vivieron, sobreviven como pueden, inventándose la épica y descuidando los detalles del relato.
Felipe González volvió ayer como invitado estelar al mismo frontón de Eibar, paisaje familiar a fuerza de años y de mítines. El primero fue el 15 de febrero de 1976, hace 33 años. Faltaba uno todavía para que el PSOE fuera legalizado, gobernaba Arias Navarro y los españoles ya sabían que el misterioso Isidoro, alias del secretario general que sustituyó a Llopis en Suresnes, era un abogado laboralista sevillano llamado Felipe González.
Eibar ha sido siempre una villa adelantada a su tiempo. El anfitrión de Felipe en aquel mitin fue Benigno Bascaran, el cura laico que se encargaba de oficiar por lo cívico las honras fúnebres de los militantes de izquierdas no creyentes. Bascaran era una institución en Eibar. El fue el primero en proclamar la República la mañana del 14 de abril de 1931.
Aquél fue el primer mitin autorizado del PSOE en España desde la Guerra Civil. Tendría que haber sido el segundo, porque seis días antes se había programado otro en el vestíbulo de Sarriko, la Facultad de Ciencias Económicas de Bilbao. Convocado bajo la coartada de una conferencia sobre Europa, no pudo ser. Fue abortado por un centenar de eladios, militantes escindidos del sindicato nacionalista ELA-STV, que unos meses después iban a contribuir a la fundación de ESB, uno de los cuatro partidos que integraron dos años más tarde Herri Batasuna. Los eladios, que alentaban un sectarismo sólo compatible con su xenofobia, consideraban que los trabajadores de otros lugares de España eran enemigos de clase y recibieron a González al grito de «¡Felipe oportunista, social-imperialista!». El orador intentó inútilmente hilvanar unas consignas subido a la mesa de Damián, el bedel, pero desistió con un «Gora Euskadi Askatuta!» y todo el mundo se fue a casa, rumiando la frustración y el cabreo.
El González que avaló ayer a Patxi López en Eibar ha cambiado mucho desde aquel mitin, pero da igual, porque los hechos, más si son antiguos, han dejado de importar a los dirigentes del partido y no digamos a las bases. La secretaria de Organización estrenó escaño en el Congreso sin saber quién era Llopis, secretario general y cabeza de lista por la misma circunscripción que ella, Alicante, en las elecciones del Frente Popular. Una de las diputadas que jalearon a Bermejo el miércoles tiene un blog, en el que pegó esta postal del 23-F: «Veíamos una y otra vez las noticias de la televisión y recuerdo una imagen que se me quedó grabada, la de los diputados saliendo por la ventana del Congreso». Vaya en su descargo que tenía 12 años, pero quienes se escapaban por las ventanas del Congreso eran los guardias golpistas. El presidente del Gobierno ha relatado que la mañana del 24-F fue a su facultad a armarla, pero se le cruzó el amor: «[Sonsoles] Iba con un chubasquero amarillo y con El País bajo el brazo, y pensé: ‘¡Jo, qué chavala!’». Eso que ganó en el lance.
Entre aquel mitin y el de ayer se nos han ido 33 años de vida, y a Felipe algo de memoria, pero tampoco importa, porque las nuevas generaciones, nostálgicas de lo que no vivieron, sobreviven como pueden, inventándose la épica y descuidando los detalles del relato.
Santiago González, EL MUNDO, 25/2/2009