- Permitir a terroristas convictos y confesos comparecer públicamente en una universidad para dar lecciones de ética, supone la confirmación de la ruptura de la brújula moral de esta sociedad
En diciembre de 2019, en esta ocasión en las instalaciones de la UPV en Vitoria, el terrorista López de Abechuco, acompañado de su abogado Chema Matanzas e invitado por «Sare», asociación en la que se integran los amigos de los presos de ETA, participó en una conferencia sobre la vulneración de los derechos de los terroristas enfermos en las cárceles españolas. El tal Abechuco, fue condenado a treinta años de prisión por asesinato del jefe de la Policía Municipal de Vitoria, Eugenio Lázaro, así como por su participación en el asesinato del jefe de Miñones, Jesús Velasco.
En 2019 la rectora de la UPV se quitó de en medio con excusas de mal pagador y permitió la celebración de la charla. Hace unos días la nueva rectora declaró que la participación de Ozaeta era «contraria al código ético de la UPV», si bien no parece que lo suficientemente contraria como para evitarla ya que la charla se desarrolló bajo su patrocinio con absoluta normalidad.
Estos lamentables episodios, que no han sido ni mucho menos los únicos en la historia de esta universidad –basta recordar las múltiples titulaciones regaladas a los presos de la banda–, no hacen sino evidenciar la degradación de la sociedad vasca y especialmente de las instituciones llamadas a liderarla, la Academia en este caso. Permitir a terroristas convictos y confesos comparecer públicamente en una universidad para dar lecciones de ética, supone la confirmación de la ruptura de la brújula moral de esta sociedad.
Hannah Arendt retrató con acierto en «Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal» los desajustes de una sociedad que permite la aparición de personajes que planifican y ejecutan un genocidio con absoluta normalidad ante la indiferencia de sus compatriotas. Pues bien, salvando las distancias, este mecanismo de inhibición frente al mal, la banalización del terror en nuestro caso, está instalado en la sociedad vasca hasta tal punto que una parte importante de los vascos aplaude actos como el referido como signo de integración y el supuesto discrepante, la dirección de la universidad, lo rechaza solo de boquilla aceptándolo si acaso como mal menor.
Curiosamente esta vergonzosa pasividad y la resignación adoptada en relación a Ozaeta y Abechuco, se habría convertido, como es natural, en un clamor unánime contra la celebración del acto si los participantes en el máster hubieran sido responsables de otros delitos. Nadie en su sano juicio habría admitido que el jefe de un cartel de la droga, alguno de los componentes de la manada de Pamplona, o el asesino de las niñas de Alcasser, Diana Quer o Marta del Castillo participaran como ponentes en un acto universitario.
Resulta evidente por tanto que la indignación y la indiferencia de los vascos, sí, de los vascos, porque esto no habría sucedido en otra universidad española, se activa o desactiva según el tipo de delito y según el delincuente. Memoria selectiva y derecho penal de autor, que han permitido que Eichmann/Ozaeta comparezca en Bilbao, no para ser ignorada o repudiada por sus delitos, sino para impartir una lección magistral. Esta es la triste realidad y la deplorable aportación de la universidad pública vasca a la educación en valores de las nuevas generaciones.