No hay saber que valga si no se está dispuesto a recomponer el sistema de ideas que cada cual tenga. Repaso el mensaje con el que en 1961 Eisenhower se despidió por televisión de los estadounidenses, tras dos mandatos seguidos ejerciendo de presidente. A mí me asombran algunas de las cosas que dijo hace 61 años, y cómo las dijo. «No deberíamos dar nada por supuesto».
Se dirigió a «una ciudadanía entendida y alerta», insistió en el deber de procurar que «los flagelos de la pobreza, la enfermedad y la ignorancia» desaparezcan de la Tierra. E invocó la fuerza vinculante del intelecto, del respeto y de «las intenciones decentes», como modo de solucionar las inevitables diferencias. No obstante, las acciones de «una ideología hostil de ámbito global» les había obligado a formar una enorme industria de armamentos, con unos tres millones y medio de empleados.
Lo más destacable es que aquel general de cinco estrellas advirtió los efectos desastrosos de ceder a las presiones del negocio del propio ‘complejo militar industrial’. Admitía -¿quién lo hace hoy?- el riesgo de prepotencia y abuso del Gobierno federal sobre los investigadores mediante el dinero concedido para proyectos científicos. Pero no era menor este otro riesgo: «Que la política que ha de velar por el interés público se vuelva cautiva de una élite científico-tecnológica. Es tarea de los hombres de Estado dar forma, equilibrar e integrar a estas y otras fuerzas, nuevas y viejas, en el seno de los principios de nuestro sistema democrático, persiguiendo siempre los fines supremos de nuestra sociedad libre».
Bien atendidas, estas juiciosas palabras nos harían ir mucho mejor.