ABC 19/12/16
IGNACIO CAMACHO
· Iglesias quiere transformar Podemos en un movimiento amplio de presión que supere de hecho el papel de los sindicatos
SI el PP ha sido capaz de sobrevivir a la Gürtel y el PSOE de minimizar el impacto de los ERE, los sindicatos tienen derecho a pensar que pueden soslayar sus propios escándalos de facturas falsas, mariscadas y otros heroicos sacrificios en defensa de los trabajadores. Ayer decidieron salir a estirar la musculatura entumecida por la inactividad, el desprestigio social y un añito sin Gobierno al que poder reclamarle nada. Hacía buen día en Madrid, una mañana fresca y luminosa propicia al paseo, y allá salieron con su dominical liturgia de pancartas a celebrar su propio reestreno. Después de tanto tiempo lograron una aceptable concurrencia que no daba ni para el fracaso ni para la euforia; el típico ambiente de una jornada de tanteo.
Porque eso es lo que están haciendo: tantear sus fuerzas, medir el terreno. La minoría gubernamental les hace soñar con un protagonismo para el que aún no se sienten seguras porque son conscientes de su objetivo abatimiento. Barruntan posibilidades, pero les falta cohesión política; la correa de transmisión con el PSOE está averiada y la izquierda parlamentaria vive en la tensión de un duelo interno. Partidarios por naturaleza de la unidad de acción, encuentran un severo problema en la desconfianza mutua entre los socialistas y Podemos.
El adversario no ha cambiado en su ausencia; la derecha sigue en el poder. La brecha está entre sus aliados naturales, que compiten entre ellos. Por otra parte, Pablo Iglesias quiere transformar Podemos en un movimiento amplio, con capacidad de presión fuera de las instituciones, y ese planteamiento desafía el papel constitucional de los agentes sociales, que el líder radical pretende dejar superados como plataforma de reivindicación. En algún momento Iglesias pensó en crear su propio correlato sindical, pero desechó la idea porque, además de tener infiltradas a UGT y CC.OO., ya dispone de una marca más fuerte, adaptadiza y versátil. No las necesita y de hecho ha comenzado a desplegar una estrategia de arrastre que conduzca a la huelga general para asentar su liderazgo en la calle.
El futuro del sindicalismo español pasa por encontrar su rol en una función cuyo libreto ha cambiado. El Gobierno es más proclive a pactar con el PSOE para fortalecer el bipartidismo. La extrema izquierda busca combate, no pactos, y la alianza de partidos «progresistas», más allá de algunas votaciones parlamentarias, no se va a producir a corto plazo. En ese marco las viejas centrales sólo pueden ser útiles negociando. Esta legislatura ofrece la oportunidad de unos nuevos acuerdos de La Moncloa que proporcionen estabilidad al mundo de la empresa y el trabajo. Para ello es imprescindible que los sindicatos rehúyan la tentación de seguir a los demiurgos e identifiquen su verdadera responsabilidad. Que es la de mejorar los derechos laborales, no la demolición del sistema ni el asalto al Estado.