Editorial, ABC, 11/3/12
SI por sus hechos se les conocerá, el socialismo vasco y el lendakari Patxi López ya están retratados en esta nueva tregua de ETA. Desde que los terroristas iniciaran su estrategia de transición de la violencia a la impunidad, los socialistas vascos no han dejado de apoyar, de forma más o menos explícita, cada gesto del entramado proetarra. Primero legitimaron a Sortu y a Bildu frente a las acciones judiciales del Gobierno central. Apoyaron sin duda la participación de Amaiur en las elecciones municipales y forales. Secundaron la Conferencia Internacional en San Sebastián y los comunicados tácticos de los presos etarras. Y luego acogieron el llamado «cese definitivo» de la violencia con entusiasmo injustificable. López ha abanderado la revisión de la política penitenciaria, que es lo mismo que poner fin a la dispersión y empezar a excarcelar, cayendo en la trampa de hablar de presos enfermos, como si nunca antes se los hubiera puesto en libertad por este motivo. Y han acudido puntualmente a cumplimentar la teoría del conflicto con homenajes a víctimas de la represión policial, dando cobertura al principal objetivo de ETA, que es legitimarse históricamente con el relato estilo «norirlandés» de una violencia legitimada por la agresión estatal. Como en el proceso de paz en Irlanda del Norte, López ha querido poner un Comisionado para gestionar el fin de ETA, transmitiendo así una posición política en la que la acción policial y judicial debe ceder ante criterios del nuevo mantra llamado «justicia transicional». Como dijo el portavoz popular en el Parlamento Vasco, o el PP o Batasuna. López tiene que saber quién es su socio y a quién representa.
Y mientras, las víctimas de ETA tienen que salir a la calle a pedir dinero a los ciudadanos para seguir siendo la voz firme que nos recuerde cuánta sangre ha costado defender la democracia y la libertad. La sociedad está en deuda con ellas.
Editorial, ABC, 11/3/12