ABC-IGNACIO CAMACHO
Para Sánchez, el 155 es una mera cuestión de cálculo. Por ahora está cómodo en el umbral retórico del amago
PARA convertir el 155 en una palanca electoral, Sánchez tiene un problema que se llama Partido Socialista de Cataluña. El presidente está amenazando con la intervención de la autonomía en busca de un leit
motiv que le haga daño a la derecha y le arrebate una parte sustancial de su «relato», lo único que interesa a un político acostumbrado a enfocar las elecciones como una ocupación retórica de espacios. Ahora va sobre todo a por el de Ciudadanos, fuerte competidor en la especialidad de sostener un criterio y su contrario. A tal efecto se siente cómodo en la pose de dirigente responsable y sensato, en ese umbral de la autoridad democrática que un brillante analista foráneo define como «el artículo 154». Pero si Torra y sus alegres muchachos de la gasolina se empeñan en responder a la sentencia del Supremo en los términos insurgentes que tienen anunciados, el Gobierno puede verse en la tesitura de trascender el simple amago. Y no está nada claro que eso le convenga en un territorio donde se juega un significativo número de escaños. Cuestión de cálculo.
Hasta ahora, la política sanchista en Cataluña la ha venido diseñando Miquel Iceta, partidario de un constitucionalismo relajado, de mano blanda, un tercerismo de vía intermedia capaz de pactar con JxC en la Diputación barcelonesa y en la capital con Colau para birlarle la Alcaldía a Esquerra. No le ha ido mal, aunque el presidente tuviera que coquetear con el indulto a los líderes de la revuelta e ir a Pedralbes a hincar la rodilla en tierra. La aplicación del 155 revocaría de plano esa estrategia apaciguadora, que ayer se confirmó con el desmarque de la moción de censura planteada por Cs contra Torra. Es obvio que el partido naranja trata de compensar con esta maniobra el abandono, casi huida, de Arrimadas y la lacerante renuncia a administrar con cierta energía su victoria. Sin embargo, la abstención del PSC en plena ofensiva separatista emite, más que un mensaje moderado, una declaración contradictoria con la aparente firmeza gubernamental frente a la bravata facciosa. Y en campaña funcionan mejor los mensajes unívocos que las ambigüedades paradójicas.
Fracasado el argumento de la atribución de culpas del bloqueo, Sánchez necesita un argumento fuerte sobre el que basar su oferta. En ese sentido le vendría de perlas abordar el conflicto catalán con un golpe sobre la mesa que desactivaría la principal reivindicación de las tres derechas. Ahora España y tal: la jugada perfecta. Sólo que a una importante porción del electorado catalán de izquierdas no le hace maldita gracia esa idea, de modo que lo que avanzase en una orilla lo podría retroceder en la opuesta. Por no hablar de la segura pérdida del independentismo como apoyo de emergencia. Es lo que pasa cuando en vez de los principios pesan las conveniencias: que los asuntos de Estado se convierten en mera cuestión de cuentas.