ROGELIO ALONSO-EL MUNDO

El autor señala que el hecho de que la radicalización de los terroristas fuera detectada en su entorno evidencia la responsabilidad de la comunidad musulmana en la prevención del terrorismo yihadista.

UN AÑO después de los atentados en Cataluña conviene analizar uno de los factores que menor atención ha recibido a pesar de su relevancia: la responsabilidad de la comunidad musulmana en la prevención del terrorismo yihadista. La memoria de la Fiscalía General del Estado de 2017 definía las investigaciones sobre yihadismo como «complejas y de una enorme dificultad técnico-jurídica» debido a la naturaleza de las actividades investigadas, que incluyen captación, adoctrinamiento, autoadoctrinamiento y radicalización; los medios empleados (internet y redes sociales); y porque no sólo se requieren medidas de observación y/o intervención de comunicaciones, sino también la obtención de indicios a través de diferentes medios de prueba de naturaleza personal (testigos protegidos, confidentes, coimputados, agentes encubiertos virtuales, entre otros), y de la incorporación al proceso como material probatorio de informaciones de los servicios de inteligencia. En estas circunstancias aumenta la importancia del entorno de los terroristas, así como la de la percepción política, social y jurídica sobre el papel de la comunidad musulmana y el islamismo radical.

«Aún se precisan otros instrumentos legales», aseguraba la Fiscalía tras tipificar la última reforma del Código Penal el adiestramiento y adoctrinamiento pasivos y la autoradicalización. Estos tipos exigen demostrar una habitualidad y un elemento finalista que requieren pruebas difíciles de obtener y susceptibles de contradictorias interpretaciones. Diversas sentencias propugnan adelantar «las barreras de protección al bien jurídico protegido en los delitos de terrorismo». No obstante, el Tribunal Supremo discrepó de cómo la Audiencia Nacional interpretó esa «barrera de protección» al anular en 2018 la primera condena por auto adoctrinamiento. Mientras el Supremo sentenció en 2017 que el integrismo islámico es incompatible con el arraigo, un juez suspendió la orden de expulsión del imán de Ripoll al valorar «su esfuerzo para integrarse».

Como se desprende del sumario de los atentados en Cataluña, la radicalización de los terroristas sí fue detectada en su amplio entorno familiar y de amistad evidenciando la responsabilidad de la comunidad musulmana en su prevención. Familiares y amigos no alertaron sobre indicadores de una religiosidad radical basada en una ideología salafista justificadora del terrorismo. A pesar de ello, las reacciones al atentado incidieron en la des-responsabilización de la comunidad musulmana asumiendo clichés repetidos por sus representantes al desvincular islam y terrorismo. Evidentemente, como algunos musulmanes reconocen, estos sí tienen algo que ver con los crímenes que se cometen en nombre del islam: al compartir una misma ideología, mayor es su responsabilidad en la deslegitimación del terrorismo perpetrado por los defensores de su versión ultraortodoxa. Esta obviedad se omite ante la corrección política que rehúye abordar la dimensión ideológica indispensable en una estrategia antiterrorista integral. Se soslaya repitiendo un engañoso mantra: los atentados nada tienen que ver con el islam –una religión de paz– y la comunidad musulmana condena todo tipo de terrorismo. Se trata de una cortina de humo que evita calificar el terrorismo perpetrado como islamista o yihadista, alegando que la mayoría de sus víctimas en el mundo son musulmanes, pero ignorando la premisa fundamental: todos los terroristas yihadistas son musulmanes.

Se apreció en los homenajes a las víctimas de los atentados en Cataluña que evitaron identificar la causa de su victimización. Las víctimas no lo fueron de un ente abstracto llamado todo tipo de violencia, como se repitió, sino del terrorismo islamista perpetrado por jóvenes musulmanes procedentes de una comunidad que no alertó sobre su radicalización. Constatar lo obvio, la responsabilidad de la comunidad musulmana en la prevención y en una verdadera deslegitimación del terrorismo que surge del islamismo radical, no supone su demonización. Implica identificar un factor esencial para prevenir este fenómeno que combina la radicalización del islam con la islamización de la radicalización. ¿Cómo enfrentarse al terrorismo yihadista si negamos su inspiración islamista? ¿Por qué reclamar condenas de la comunidad musulmana si aceptamos que el crimen nada tiene que ver con el islam?

«La culpa es de la Policía», declaró el padre de uno de los terroristas de Ripoll culpándola de permitir que el imam estuviera con «su juventud» y transfiriendo su responsabilidad tras admitir que su hijo desconectó el móvil 15 días antes y desapareció. La emotiva fotografía del padre de una víctima consolando a otro imam se vio como una eficaz contra narrativa: el terrorismo no logrará dividir a la sociedad. Otra lectura era posible en el contexto de desresponsabilización analizado. La víctima consuela al imam y provoca compasión victimizándole. Reconfortante elipsis para neutralizar los interrogantes que racionalmente debemos plantearnos sobre la responsabilidad del entorno familiar y religioso en la deslegitimación del islamismo radical.

Algunos progenitores carecen de recursos para detectar los indicadores de radicalización por su escasa capacitación y formación. Otros apoyan tácita e incluso explícitamente esa radicalización compartiéndola o asumiendo que la radicalidad del joven en su interpretación del islam no lo es realmente. La política antiterrorista sigue minusvalorando el decisivo papel del salafismo como marco justificativo de la violencia al destruir los inhibidores morales que hacen posible el terrorismo. También se elude la exigencia de una profunda reforma de los aspectos retrógrados y violentos insertos en influyentes corrientes del islam, como algunos musulmanes demandan al reconocer que el islamismo radical es condición necesaria para este terrorismo. Otros discursos aparentemente moderados encubren la desresponsabilización de los propios radicales y de la comunidad musulmana en la que socializan. Tras los atentados de Barcelona, Fawaz Nahhas, presidente de la Comunidad Islámica de Zaragoza, fue destituido como imán de la cárcel de Zuera por relacionar la acción terrorista con la participación española en misiones militares en países árabes. Aunque aseguró que sus palabras fueron «mal interpretadas», en una entrevista publicada en Heraldo tras los atentados de Charlie Hebdo, Nahhas reproducía un ambivalente discurso.

«AHORA, todos los musulmanes somos los únicos sospechosos», declaraba recurriendo a una genérica victimización que los terroristas explotan. Respecto a la expulsión de un radical a Argelia por sus actividades, sostenía: «El chico estaba dolido por lo que pasaba en Palestina, Afganistán y Siria. Las Fuerzas de Seguridad estaban convencidas de que este chico podía tener tendencias terroristas. Pero nosotros no lo pensábamos. Lo conocíamos bien y pensamos que fue repatriado de manera injusta». El líder musulmán cuestionaba las muestras de extremismo corroboradas por las autoridades policiales y judiciales. También justificaba la «lucha armada» como parte de «la yihad». Su retórica reflejaba el «patriotismo de comunidad» en el que el profesor Antonio Elorza enmarca la función del islam en la construcción de una ideología sagrada del territorio legitimadora del terrorismo.

La legitimación terrorista puede ser explícita –como hacen los propios terroristas–, además de implícita –como fomentan quienes justifican la violencia–. Esa legitimación implícita puede darse aun condenando el terrorismo y afirmando, como hacía el referido representante musulmán, que los autores de los atentados no eran «yihadistas, sino asesinos». Así ocurre porque estos yihadistas aducen que se dan los requisitos que justifican la violencia, como hace el islam en determinadas circunstancias, y como invocó el líder de la célula de Ripoll al reivindicar «la Yihad por la causa de Dios para alzar su palabra en la tierra usurpada de Al Andalus». La prevención del terrorismo yihadista exige que la comunidad musulmana de la que surgen los terroristas asuma de verdad su responsabilidad en la inequívoca deslegitimación de la ideología que lo hace posible.

Rogelio Alonso es profesor de Ciencia Política y director del Máster en Análisis y Prevención del Terrorismo, Universidad Rey Juan Carlos.