José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El presidente del Gobierno desempeña sus responsabilidades con una liviana conciencia de la gravedad que comportan y de la trascendencia de sus decisiones
El socialismo es irrelevante en Francia; prácticamente inexistente en Italia; en recesión en Alemania y fuera del poder en los países nórdicos. Pedro Sánchez puede ser el dirigente del PSOE que inicie en España su lento proceso de liquidación. Pareció que el presidente del Gobierno entendió el mensaje de las urnas el pasado 2-D andaluz y reposicionó su política respecto de Cataluña en un muy correcto y razonable discurso el pasado día 12 en el Congreso de los Diputados.
Sin embargo, apenas ocho días después —el jueves en Barcelona— se olvidó de sus denuncias de las «mentiras y falacias» del independentismo catalán, se retrató en «foto de familia» con Torra y dos de sus consejeros —antaño culpables de la impostura que él mismo detalló en el Parlamento— y suscribió un comunicado conjunto con la Generalitat que, además de pésimo en su redacción, compra el lenguaje separatista, sustituye la mención expresa de la Constitución por la de «seguridad jurídica» y promete «una iniciativa política que cuente con un amplio apoyo en la sociedad catalana», lo cual podría ser tranquilizador para los ciudadanos que allí aboguen por su república pero resulta inquietante para los catalanes y el resto de los españoles afectos a la Constitución.
El socialismo bajo la gestión de Sánchez parece estar renunciando, no solo a su vocación de poder, sino a su identidad como partido nacional
Sánchez tiene la virtud de sacar de quicio a la oposición que debería moderarse en los decibelios con los que acompaña su lenguaje para no distraer a los electores de la observación de los episodios que protagoniza el inquilino de la Moncloa, expresivos por sí mismos. Porque de la misma manera que la trama política convencional no permitió anticipar el descalabro del PSOE en Andalucía y la emergencia de Vox, tampoco ahora se ve —pero ya sí se siente— que el socialismo bajo la gestión de Sánchez parece estar renunciando, no sólo a su vocación de poder, sino a su identidad como partido nacional.
No lo es una organización cuyo secretario general mantiene la ocurrencia de un Consejo de Ministros en Barcelona —inicialmente pensado como un gesto normalizad—, ridiculizado ayer por Elsa Artadi, que blinda policialmente la ciudad y propicia, en las circunstancias más adversas, una «cumbre» (lo fue porque tuvo la parafernalia que acompaña a estos eventos) con un Ejecutivo autonómico tributario y subalterno de un grupo de políticos huidos de la justicia y otro de presos preventivos acusados de delitos de rebelión, sedición, malversación y desobediencia.
Mientras Sánchez anteponga su interés por seguir en la Moncloa y evitar unas elecciones, el socialismo irá entrando poco a poco en liquidación
Ciertamente hay en la crisis catalana componentes muy fuertes de carácter político. Pero pesan mucho más a fecha de hoy los que fueron de naturaleza presuntamente delictiva, en los que se afirman y confirman los interlocutores de Pedro Sánchez aunque queden obviados en ese desafortunado y torpe comunicado conjunto —de Gobierno a Gobierno— del pasado jueves. Y hasta que no se depuren responsabilidades y se rectifique —con palabras y con hechos— el propósito de quebrar la integridad del Estado (asumiendo que la invocación de la vía eslovena fue un disparate), no se plantearán las condiciones que posibiliten un abordaje productivo de la crisis en Cataluña que no pasa por «la seguridad jurídica», sino por la plena vigencia de la Constitución de 1978.
Mientras Sánchez anteponga su interés por permanecer en la Moncloa y evitar la precipitación de unas elecciones —objetivo que parece haber conseguido aunque no se aprueben en el trámite final los Presupuestos Generales del Estado— a la defensa del Estado y de la normalidad democrática, el socialismo irá entrando poco a poco en liquidación. Lo saben bien los alarmados barones territoriales del PSOE que con sus dispares declaraciones —Fernández Vara, Lamban, García Page— han convertido la organización en una jaula de grillos de la que conviene apartarse para que sus contradicciones e incoherencias no contagien el buen juicio de un electorado socialista que solo José Félix Tezanos cuantifica por lo alto desde la atalaya del CIS, pero que la mayoría de los otros sociólogos observa refugiada en la abstención o en fuga hacia Ciudadanos, cuando no a opciones extremas. En fin, Sánchez bien podría seguir perforando el suelo electoral de su partido.