EL MUNDO – 24/04/16 – EDITORIAL
· Faltan ya muy pocos días para llegar al término de la previsión constitucional y todo indica que la ronda de consultas del Rey va a desembocar inevitablemente en unas nuevas elecciones generales, que se celebrarían el 26 de junio. Los cuatro partidos nacionales ya están trabajando en este supuesto.
La encuesta de Sigma Dos que publicamos hoy refleja un resultado similar al de la noche del 20 de diciembre porque la única mayoría entre dos fuerzas políticas que sumaría es el pacto entre PP y PSOE, la alternativa que Pedro Sánchez ha venido rechazando de forma tajante a lo largo de cuatro meses.
El sondeo de Sigma Dos se ha realizado con dos escenarios distintos. El primero corresponde al actual mapa político. En el segundo se tiene en cuenta el impacto de una coalición electoral entre Podemos e IU.
En el primer escenario, el PP volvería a ganar las elecciones con un pequeño incremento del porcentaje de voto. Dispondría de 126 escaños, tres más que los actuales, pero no podría formar mayoría con Ciudadanos. El partido de Rivera subiría de 40 a 45 escaños, un éxito que consolidaría su crecimiento y le situaría en una posición clave para forjar un acuerdo de gobierno. Pero PP y Ciudadanos carecerían de una mayoría absoluta para gobernar y estarían forzados a incorporar a un tercer partido, tal y como sucede ahora.
El PSOE obtendría 91 escaños, lo que no le permitiría gobernar pero sí tener la llave de cualquier futuro pacto. Ello colocaría en una tesitura muy complicada a Sánchez, que, si mantuviera su negativa a cualquier tipo de pacto con el PP, prolongaría sine die la situación actual de ingobernabilidad.
Podemos bajaría de 69 escaños a 58, un resultado muy malo que cuestionaría el liderazgo de Pablo Iglesias. Pero en el segundo escenario, si pactara unas listas comunes con IU, lograría 70 diputados, consolidándose como la tercera fuerza política pero todavía lejos del PSOE.
En cualquiera de los dos supuestos, estamos ante una relación de fuerzas entre la izquierda y la derecha semejante a la actual, lo que pone en evidencia que, tarde o temprano, los partidos tendrán que llegar a un acuerdo que garantice un gobierno estable.
Como decíamos, el PSOE se ha negado a pactar con el PP. Si los resultados se repiten, Sánchez y Rajoy se verían irremediablemente abocados a entenderse so pena de incurrir en el absurdo de celebrar unas terceras elecciones el próximo mes de diciembre.
Parece más lógico y coherente que los dos mayores partidos, con coincidencias en las cuestiones de Estado, lleguen a algún tipo de pacto que proceder a sucesivas elecciones hasta que haya un desempate. Los que tienen que cambiar de mentalidad son los dirigentes de los partidos y no el electorado, que tiene derecho a votar lo que le parezca más conveniente.
La encuesta vuelve a reflejar la contradicción de que el 83% de los españoles valora la situación política como mala o muy mala, pero a la vez el 60% se declara contrario a un pacto entre el PP y el PSOE. De forma significativa, el 68% de los ciudadanos responde que prefiere que se convoquen unas nuevas elecciones generales a que gobierne el PP con los apoyos necesarios.
Este confuso panorama político queda de manifiesto en la enorme segmentación de las preferencias ciudadanas sobre las coaliciones de gobierno. La que más respaldo general obtiene es la alianza entre el PSOE y Podemos, pero sólo con el 22,6% de los votos. El Gobierno del PSOE con Ciudadanos y PP sólo lo avala el 19,5%, un porcentaje muy similar al de un pacto del PP con la formación de Rivera.
A la luz de estos datos, no faltará quien eche de menos el bipartidismo, que tenía la ventaja de facilitar mayorías estables. Ahora se produce tal fragmentación del voto y de las preferencias ciudadanas que nos hallamos ante un escenario de ingobernabilidad en unos momentos en los que España tiene que afrontar importantes retos, empezando por el desafío del nacionalismo catalán.
Todo indica, como reflejan los datos de la encuesta, que estamos abocados a seguir en un bucle sin salida, lo que va a reportar no sólo unas negativas consecuencias económicas y un deterioro de la imagen del país, sino además una pérdida de la confianza de los ciudadanos en los partidos. Todavía hay un pequeño margen para solucionarlo.
EL MUNDO – 24/04/16 – EDITORIAL