Rubén Amón-El Confidencial
- Ayuso se dirige hacia una supervictoria que solo puede frustrar la movilización de la izquierda (‘efecto García’) y que Cs aspira a condicionar en los últimos milímetros de la foto ‘finish’
Nunca unas elecciones madrileñas han adquirido una singularidad ‘nacional’ como las del 4-M. Ya se ocupó el exvicepresidente Iglesias de ascenderlas al escenario de maximalismo —no pasarán-— y de excitar un enconamiento ideológico que Díaz Ayuso ha neutralizado encarnándose ella misma en la libertad guiando al pueblo, como una réplica o una parodia del cuadro de Delacroix.
La campaña ha resultado larga, desquiciada y divagatoria. Bastante ajena a las problemáticas concretas de la comunidad. E intervenida obscenamente por el Gobierno de Sánchez, aunque los bandazos del guion monclovense, incluido el recurso de la psicosis postal, parecen haber tenido efectos contraproducentes para la candidatura menguante de Gabilondo.
Estas pueden ser las cuatro claves del 4-M. Y ninguna responde a las expectativas extremistas que han alentado la campaña. Porque suceda lo que suceda este martes, ni vienen los comunistas, ni se marcha la libertad ni está en peligro la democracia.
La supervictoria
Díaz Ayuso va camino de una victoria gigante. Las encuestas menos triunfalistas suscriben que duplicará el resultado de hace dos años. Merodea la mayoría absoluta, aunque no parece probable conseguirla. La peculiaridad de un gran resultado consiste en relativizar el peso de Vox. No le haría falta a Ayuso hacer concesiones a la ultraderecha. Monasterio no tendría entonces otra alternativa que apoyar la investidura, aunque puede que a Vox también le interese eludir las tareas de gobierno. Es la manera de evitar la ferocidad con que el grande fagocita al pequeño y la manera de preservar la beligerancia. Ayuso gobernaría con una fuerte minoría entonces. Y asumiría el protagonismo de un cambio de inercia que atraganta el ciclo virtuoso de Sánchez, neutraliza el auge de Abascal y coloca a Ciudadanos en el camino de la extinción. Ha sido la de Ayuso una campaña cómoda, entusiasta, un paseíllo de gloria premonitorio. Y una proeza de ilusionismo: demostrar a los madrileños que el coronavirus no existe.
«Estamos a 50.000 votos como mucho», proclamaba Gabilondo, voluntarista. Las tribus de la izquierda se han unido como nunca
¿Remontada del tripartito?
El mayor escarmiento que se le presenta a Díaz Ayuso consistiría en perder el Gobierno del que ella misma era titular hasta que precipitó el adelanto de las elecciones. La proeza de duplicar el resultado no le garantiza del todo renovarse a sí misma. Ha decaído la candidatura de Gabilondo entre los vaivenes y excentricidades —de rechazar a Iglesias a abrazarlo, de cortejar al votante de Cs a convertirse en un activista—, pero la pujanza y popularidad de Mónica García han suscitado un entusiasmo y una movilización que estimulan al votante de izquierda y que podrían llegar al extremo de un sorpaso: Más Madrid está cerca de adelantar al PSOE. La tercera fuerza en discordia es Pablo Iglesias, resignado al farolillo rojo y protagonista de una campaña altisonante que no va a preservarlo del gran fracaso personal. Otra cuestión es la envergadura del tripartito. Sus integrantes y candidatos cruzarán con holgura el 5% de representación, de tal manera que la alternativa a Ayuso no malogra un solo voto en el camino de la Puerta del Sol. “Estamos a 50.000 votos como mucho”, proclamaba Gabilondo en un mitin, voluntarista, el pasado jueves. Las tribus de la izquierda se han unido como nunca.
Movilización-participación
Ha terminado por convenirse demoscópicamente que las elecciones de este martes suscitan más interés entre los votantes de la derecha de cuanto atrae a los de la izquierda. Tendrían estos últimos menos ganas de movilizarse, aunque la cita del 4-M está expuesta a otras razones de incertidumbre. Porque no tenemos costumbre de acudir a las urnas un día de labor, porque se ha producido una operación salida en este puente improvisado y porque no es sencillo valorar del todo si resulta más excitante votar a favor de alguien o hacerlo en contra. Ayuso ha manejado con eficacia la susceptibilidad hacia el antisanchismo. Un caudal electoral bastante transversal que no contradice el rechazo que ella misma suscita entre los izquierdistas más aguerridos. Por eso es tan relevante dirimir qué van a hacer los indecisos. Dónde van a encontrar alojamiento, por ejemplo, los ‘hijos’ confusos de Ciudadanos. Y qué peligro reviste para el tripartito que los votantes afines recelen de las urnas. De acuerdo con Pablo Iglesias —y con otros ‘demóscopos’ de cámara—, el tripartito necesita una participación superior al 70% para hacer verosímil el jaque a la reina.
La incógnita de Ciudadanos
Puede ocurrir que el partido más pequeño termine siendo, en cierto sentido, el más relevante. No porque Edmundo aspire a la corona, pero sí en la medida en que puede decidir quién será la reina o el rey. Cualquier hipótesis requiere en todo caso un umbral de representación superior al 5%. Y no parece sencillo que el partido naranja consiga superarlo. Algunas encuestas le conceden el salvavidas. Otras lo ubican en torno al 3%. Por eso Edmundo Bal, protagonista de una campaña ecuánime y alejada de las crispaciones dominantes, dedica los últimos esfuerzos a demostrar la utilidad de Ciudadanos, más todavía cuando la representación parlamentaria de Cs neutralizaría cualquier protagonismo de Vox y podría estimular incluso el acercamiento a los partidos de la izquierda, con excepción del que lidera Pablo Iglesias. La supervictoria de Ayuso se nutre de los votantes de Ciudadanos que han huido, pero Bal aspira a conservar a los más leales y a quienes se sienten desengañados por la transformación ‘gremlin’ de Gabilondo.