ABC-IGNACIO CAMACHO

La Transición tuvo éxito porque superó la idea de que en una Historia de cainismo simétrico existe un bando correcto

COMO la pedagogía de la banalidad ha transmitido una visión demasiado sintética o superficial de la Historia moderna, conviene recordar que el relato de la Transición como un pacto controlado a punta de fusil por los tardofranquistas es una posverdad fraudulenta. Falsa de toda falsedad, hasta el punto de que la principal, casi la única resistencia al cambio provino de la extrema derecha, el Ejército y algunos sectores del antiguo régimen opuestos a la reconciliación entre vencedores y perdedores de la guerra. La legalización del PCE estuvo a punto de desencadenar un cuartelazo, y en los cuartos de banderas Suárez y el mismo Rey fueron tachados de traidores entregados a la izquierda por propiciar el abrazo, simbolizado en la amnistía, de los dos bandos que se habían masacrado en la contienda. Tampoco se trató de un acuerdo de olvido sino de recíproco desagravio y de pragmática transigencia. Toda esa narrativa de la vergüenza, divulgada por el populismo rupturista en su nostalgia de trincheras, constituye una invención surgida durante el zapaterismo al cabo de tres décadas, y ha podido calar en cierta opinión pública gracias a la ausencia de una exposición objetiva de los hechos en la escuela. El cuestionamiento de la legitimidad democrática como una fórmula impuesta –¡¡bendita imposición!!– por fuerzas oscuras es una idea que sólo sostuvo, hasta el siglo XXI, el desquiciado discurso de ETA.

Resulta desalentador que a estas alturas –tiempos de incuria en que hay que luchar por lo evidente, decía Brecht, más o menos– parezca necesario aclarar todo esto. Lo es porque la política irresponsable de gestos que ha implantado Sánchez conduce de nuevo a las orillas del enfrentamiento. Porque la polémica sobre la momia de Franco está desenterrando fantasmas superados cuyo hechizo tétrico seduce, por ignorancia, por sesgo ideológico o por ambas cosas, a algunos españoles modernos. Porque el desgaste del sistema ha quebrado la confianza en los valores del respeto, la concordia y el consenso. Porque nadie tiene derecho a despreciar el único modelo de convivencia que en este país ha tenido éxito. Y porque nunca se ha construido un proyecto de futuro removiendo tumbas y desenterrando muertos.

La Transición ahora cuestionada por esta especie de antifranquismo en diferido significó el triunfo de la tercera España sobre un pasado bipolar de cainismo simétrico, y lo hizo posible la conciencia de que después de la mutua carnicería y su larga secuela dictatorial no existía ningún bando perfecto ni quedaba ninguna memoria libre de remordimientos. Eso es lo que, frente a la teoría sectaria del Lado Correcto de la Historia, hay que seguir defendiendo: una España de claroscuros, autocrítica con sus defectos, dispuesta a bajarse de las aceras del extremismo sempiterno y de la sangre antigua para circular, con la luz larga encendida, por la calle de en medio.