JORGE BUSTOS-El Mundo
Antes de que una formidable máquina de propaganda lo convirtiera en el nieto no reconocido de Azaña, cuando no era más que el chico aventajado de Pepiño, Sánchez obtuvo por dos veces los peores resultados de la historia del PSOE. Algo muy evidente había en él que no gustaba a los votantes de izquierdas, que si de algo saben es de calibrar el grado de autenticidad en el penúltimo mesías enviado a representarles. Pero por aquella época, auténtico parecía Iglesias.
Entonces Pedro se puso a estudiar a Pablo. Y fue adoptando su marco mental guerracivilista a medida que iba expulsando lastre institucional de la sigla histórica anteriormente conocida como PSOE. Hubo resistencia, claro. Hubo incluso una victoria efímera de la razón weberiana encarnada por Javier Fernández. Pero el virus anidaba ya en las bases y la enfermedad populista se propagó según lo calculado hasta reponer en el trono de Ferraz a una criatura de aparato travestida de guerrillero anticapi. ¿Que cómo pudo colar? Supongo que por lo mismo que un chico generosamente apesebrado por Esperanza Aguirre puede presentarse como azote de las oligarquías. La razón y la memoria son lujos de gente serena, y España hoy es el álbum íntimo de una adolescente excitada.
Completada la metamorfosis plurinacional, Sánchez tejió con todos los caciques de la hispanofobia parlamentaria la moción que lo aupó a La Moncloa, y una vez en ella aplicó a rajatabla el manual de Caín: polariza y vence hoy, que ya recogerá otro los pedazos mañana. Tenía claro el primer nombre que debía salir de sus labios: Franco. Observó el cuadro de mando, identificó los botones rojos que un estadista jamás tocaría sin consenso –de la instrumentalización del feminismo a la eutanasia pasando por el desfondamiento de las arcas del Estado– y los pulsó todos. El efecto deseado no tardó ni cuatro meses en aflorar: Vox llenó Vistalegre. La segunda España comparecía obediente a la batalla convocada por la primera ante el estupor de la tercera, consciente de que Sánchez acababa de ganar la cruzada que sostenía contra su propia falta de credibilidad. Ahora los suyos podrían perdonarle, porque mayor que la impostura de Sánchez solo es el narcisismo ideológico de la izquierda, actualmente convencida de hallarse al pie del Cuartel de la Montaña.
Así que aquí estás, españolito perplejo del XXI. De nuevo enrolado a la fuerza en el juego binario que Fernández Almagro llamó, en abril de 1933, «el común imperativo de la intolerancia». Y seguía: «Esa tercera España, mayor en número y mejor en calidad, la que nadie arbitre y domine, es la que urge construir. No por equidistancia, sino por superación». Será en abril de 2019 cuando sepamos si hemos superado abril de 1933.