RAMÓN PÉREZ-MAURA-EL DEBATE
  • Núñez Feijóo ha tenido la inteligencia política de batallar por la conquista del voto desencantado del centro izquierda en lugar de seguir peleándose con Vox por el mismo voto que acabaría representando una suma cero
Cuando esta semana hemos visto al CIS de Tezanos dar al PSOE de Sánchez una ventaja de cuatro puntos y cinco escaños sobre el Partido Popular en las elecciones de dentro de dos semanas he comprendido que Alberto Núñez Feijóo está haciendo las cosas mucho mejor de lo que se le reconoce. Que es francamente poco. Sin duda Sánchez ha conseguido mejorar un poco su posición en las encuestas, pero ya es casualidad que la única que le sitúa en cabeza es aquella sobre la que él ordena y manda.
Decía esta semana Nicolás Redondo Terreros que una de las claves del resultado en Cataluña ha sido que parte del voto del PP viene del PSC –de Vox, nada y recibió bastantes más sufragios de los que quedaban en Ciudadanos– mientras que los socialistas crecen gracias a desplumar a los partidos que están en su órbita.
Eso ha tenido esta semana otra consecuencia extremadamente relevante –sobre todo si fuéramos una democracia medianamente normal. El Gobierno ha perdido dos votaciones sobre proyectos de ley en las que hasta sus socios de coalición de Gobierno han votado o hubieran votado en contra si el proyecto no se hubiese retirado. No hay Gobierno en el mundo que sobreviva a eso. Pero también en esto Sánchez es una excepción. Y sus agitadores rápidamente tuvieron la ocurrencia de echar la culpa de la derrota ¡a Feijóo! En esta España de la polarización ahora resulta que los problemas del Gobierno tiene que solucionárselos Alberto Núñez Feijóo. O sea, en una España en la que según Sánchez la derecha y la extrema derecha –que como dice Antonio Naranjo ya son para el sanchismo como Trinidad y Tobago, una misma cosa –los problemas del «bloque de progreso» hay que resolverlos desde el otro bloque. Con un par.
Los partidos de la extrema izquierda que sostienen este Gobierno, desde dentro y desde su entorno, se han dado cuenta de que se han quedado sin discurso. Porque Sánchez es hoy el caudillo de la extrema izquierda. Sánchez decía en su día que tendría por la noche pesadillas si tuviese en su Gobierno a Pablo Iglesias. Lo relevante no es ya que lo acabara teniendo como vicepresidente. Lo más significativo hoy es que el declive de Podemos, Sumar y otros compañeros mártires se está produciendo a costa de un auge del PSOE que les ha robado primero el discurso y después los votos.
Entretanto, Núñez Feijóo ha tenido la inteligencia política de batallar por la conquista del voto desencantado del centro izquierda en lugar de seguir peleándose con Vox por el mismo voto que acabaría representando una suma cero si tras unas futuras elecciones no quedara más opción que una coalición PP-Vox.
Lo más difícil hoy en día es el trasvase de votos entre los dos bloques en que ha polarizado a España Pedro Sánchez. Yo no sé si usted, querido lector, conoce a una sola persona que en el último lustro haya votado a algunos de los partidos de centro derecha –entre los que, por más que me insulten algunos de quienes comentan habitualmente esta columna, yo incluyo al Partido Popular– y que ahora vote y sea activista del sanchismo. Yo ni uno. Pero conozco a muchos antiguos votantes socialistas que ahora votan al PP y lo proclaman. Empezando por mi admirado Fernando Savater que cierra la lista del PP al Parlamento Europeo.
Quienes tanto critican el liderazgo de Alberto Núñez Feijóo quizá deberían reflexionar sobre una cosa: Cuando el PSOE dice que el PP está alineado con la extrema derecha y cuando desde el entorno de Vox se repite machaconamente que el PSOE y el PP son ideológicamente iguales, no debe de estar haciéndolo tan mal el Partido Popular de Núñez Feijóo. Yo creo que, legítimamente, no quiere ser ni lo uno ni lo otro.