Los ornitólogos que tanto se han esforzado para encontrar pajarracos preconstitucionales en banderas de manifestación perdieron ayer una ocasión magnífica de encontrar unos cuantos frente al Palacio de Justicia de Bilbao. No es que sean anteriores a la Constitución vigente; lo son a la de Cádiz.
Ayer fue un día de comparecencias. Primero, la de Arnaldo Otegi y Rufi Etxeberria, con un centenar de batasunos. Ganó por goleada el PNV. En número y en agresividad. Los ornitólogos que tanto se han esforzado para encontrar pajarracos preconstitucionales en banderas de manifestación perdieron ayer una ocasión magnífica de encontrar unos cuantos frente al Palacio de Justicia de Bilbao. No es que sean anteriores a la Constitución vigente; lo son a la de Cádiz.
El permiso para la concentración había sido pedido por un particular que detallaba en la solicitud sus datos personales, como el nombre y el DNI, aunque el domicilio que consta en el papel es el número 16 de la calle Ibáñez de Bilbao, es decir, Sabin Etxea, la sede del partido-guía. En el epígrafe «Objeto de la convocatoria», explica: «Acompañamiento». A continuación de «Recorrido de la manifestación», dice: «Jardines de Albia» y en el espacio que viene a continuación de «Razones por las que la convocatoria no se comunica con la antelación prevista legalmente», el solicitante ha insistido: «Acompañamiento». El admirable laconismo de la raza.
Así pues, el lehendakari compareció con todo el acompañamiento, que era, por una parte, su gobierno en pleno; por otra, la entrega incondicional de sus camaradas. Los consejeros entraron tras Ibarretxe (tu quoque, Madrazo), para dirigirse, tal como habían pactado con el Tribunal Superior de Justicia, a las dependencias que el Gobierno vasco tiene en el palacio, mientras el lehendakari era acompañado a declarar, como correspondía, por su abogado y su representante procesal.
Hubo insultos contra los representantes del Foro Ermua en la primera concentración, pero más virulencia en la segunda, cuando un energúmeno atizó una patada en la entrepierna a Antonio Aguirre que lo privó del conocimiento unos segundos y dio con él en tierra. Retenido por un escolta y entregado a la Ertzaintza, fue puesto en libertad por la Policía autonómica sin ser identificado.
Ayer, Aguirre prefería por razones obvias a los concentrados de Batasuna que a las huestes del lehendakari. Se mire como se mire, es mejor recibir un insulto que una patada en los cojones, aunque sólo sea por razones prácticas. Los genitales de Antonio Aguirre están en boca de todos (metafóricamente hablando), menos del partido convocante, que hasta el momento no ha hecho más que relativizar el incidente como «un hecho aislado». Menos mal, pensará el agredido, pero tal vez la Ertzaintza tendría que haber detenido al agresor, alguien con mando en plaza en el acompañamiento hubiese debido condenar la patada, el partido-guía anunciar una sanción ejemplar si el energúmeno fuera un afiliado, alguna actitud propia de gente civilizada, en fin, aunque nunca es tarde. Decía el lehendakari a la salida de su declaración que «ésta es una obra de teatro sin pies ni cabeza». Que la cosa no tiene cabeza parece evidente, pero de ninguna manera se puede decir que al acompañamiento del lehendakari le falten pies.
Santiago González, EL CORREO, 27/3/2007