Ignacio Camacho-ABC
- Es pronto para otra desescalada. Las prisas por atenuar la catástrofe económica agravarán la sanitaria
Contra el coronavirus no existen certezas, salvo la de que el contacto social favorece el contagio y por tanto el encierro masivo es la única manera radical de atajarlo. A partir de ahí, fórmulas que funcionan en un sitio fracasan en otro sin que nadie alcance a saber la razón, y las autoridades de todos los países cierran y abren la actividad económica en una estrategia de acordeón que se basa en el elemental método de prueba y error. En España, por ejemplo, la experiencia permisiva de Madrid, con bares, restaurantes, teatros y museos semiabiertos, es un éxito en comparación con otras capitales o territorios españoles donde se aplican medidas de confinamiento hasta el margen -insuficiente según los políticos que de veras siguen el consejo de los expertos- permitido por el Gobierno. Pero ese éxito es sólo relativo. En primer lugar porque en la comunidad madrileña también hay limitaciones de movimientos, aunque parciales o menos severas, y en segundo término porque la tasa de incidencia acumulada sigue siendo altísima para cualquier estándar médico.
La CAM en la práctica es una excepción, casi a escala europea: en la Francia cerrada a cal y canto desde noviembre está causando asombro. En la mayoría de las regiones constituye una evidencia comprobada que las restricciones sirven para contener la infección y aliviar la presión hospitalaria. Eso tiene un coste económico palmario que asfixia a sectores de intensa capilaridad social como el comercio o la hostelería y obliga a los dirigentes a un esfuerzo de modulación de intereses que suelen resolver, para evitar el rescate directo, abriendo la mano en cuanto la transmisión comienza una trayectoria descendente. Con las consecuencias que conocemos tras el verano y la Navidad: nuevas oleadas con impacto trágico. La llamada a la responsabilidad individual, simplemente, es un sarcasmo: todo lo que no está prohibido está permitido y si está permitido acaba pasando.
Así las cosas, y con la vacunación estancada, estamos en ese punto en que parece inminente un nuevo error fatal. Las prisas por atenuar la catástrofe económica agravan la sanitaria. La lección de la tercera ola no parece suficiente para evitar la cuarta. El presidente andaluz advirtió esta semana de un probable ‘repunte explosivo’ causado por la variante Kent, la cepa británica, pero a continuación decretó una incipiente desescalada. Con la vista puesta en Semana Santa se observan síntomas de precipitación que amenazan con otro drama. Para la salud pública y también para muchas empresas y negocios que aún resisten sin bajar la persiana.
Como el Gobierno no comparece a estos efectos, las autonomías se mueven según su propio criterio, sin parámetros uniformes, a palos de ciego. Pero aunque hayamos perdido la perspectiva por cansancio pandémico, no puede haber normalidad sobre una pirámide diaria de más de quinientos muertos.