La prueba de la solidez que el pacto PSE-PP en el País Vasco pueda tener en Euskadi consistirá, más que en voluntarismos de sus firmantes oficiales, en el carácter, bien táctico y coyuntural, bien estratégico y estructural, que le concedan sus promotores de ámbito estatal. Si se tratará de un pacto blindado, o de un acuerdo sacrificable a los intereses de la coyuntura.
La principal, por no decir la única, razón de ser del Gobierno que parece estar perfilándose en Euskadi es la voluntad compartida por socialistas y populares de hacer realidad la posibilidad de cambio que los resultados electorales les han puesto al alcance de la mano. En esto casi todos estaremos de acuerdo. Ningún otro motivo, de orden táctico o estratégico, habría sido capaz de impulsar al PP a ofrecer, y al PSE a aceptar, el apoyo que Patxi López necesita para convertirse en lehendakari. Sólo la convicción de que el deseo de cambio se sobrepone, en los electorados de ambos partidos, a cualquier otra consideración de orden ideológico explica lo que habría sido inexplicable en otras circunstancias.
El PNV, en sus descalificaciones anticipadas de la opción que considera ya inevitable, está tratando de minusvalorar este aspecto de la realidad. Prefiere encarar el previsible pacto entre socialistas y populares como si se tratara de algo que se da al margen de las circunstancias concretas que condicionan la política del país y en cuya creación él mismo no habría tenido nada que ver. Mal augurio para el futuro. Indica, en efecto, tal actitud que la oposición que los jeltzales se disponen a ejercer no incluye ni la más mínima autocrítica.
Emborrachado, al parecer, por sus excelentes resultados electorales, el PNV no está dispuesto a reconocer la parte de culpa que ha tenido en el hecho de verse desposeído del poder por unas alianzas que califica de antinaturales. Y es que sólo la política de polarización soberanista que el candidato jeltzale ha llevado a cabo a lo largo de diez años ha logrado que resulte ahora entendible para buena parte de la sociedad vasca lo que en otras circunstancias le habría resultado incomprensible. Pero es el mismo éxito que el PNV ha obtenido al aglutinar en torno a su sigla a casi todo el voto del abertzalismo democrático lo que le impide ver el simultáneo fracaso que ha cosechado al perder con ello toda su capacidad de pactar con el adversario. Paradojas que los jeltzales habrán de valorar en su complejo significado, si de verdad quieren reorientar su política hacia parámetros menos épicos, pero, sin duda, más productivos.
En cualquier caso, más allá de lo que significa esa alianza entre socialistas y populares en cuanto a la realización de la posibilidad del cambio, no cabe duda de que el Gobierno que de aquella resulte habrá de enfrentarse a enormes dificultades. No es mi intención insistir ahora en las de ámbito interno, cuales pueden ser la profunda crisis económica que tiene todos los visos de ir en imparable ‘crescendo’ o la implacable oposición que ejercerá, desde dentro del Parlamento y desde fuera de él, un nacionalismo que se siente injustamente ofendido. Al fin y al cabo, no hay por qué pensar ni que un Gobierno socialista vaya a ser más incapaz que uno nacionalista de hacer frente a la primera ni que una sólida mayoría parlamentaria no pueda resistir con éxito los embates de la segunda. Prefiero, por ello, centrarme en la otra dificultad que supondrá la exposición de esta ya de por sí difícil alianza vasca a las turbulencias políticas que se producen en el ámbito del Estado.
No puede ignorarse, a este respecto, que la rivalidad entre las dos fuerzas que pactan en Euskadi es a vida o muerte en el ámbito español y tiene todo el aspecto de caminar hacia una cada vez mayor intensidad a medida que avance la legislatura. Las próximas elecciones europeas representarán un clímax en la contienda, que se mantendrá con toda probabilidad, y con independencia de cuál sea el resultado, hasta el final del mandato del presidente Zapatero. Por otra parte, tanto el PSE como el PP vasco constituyen, quieran o no, subconjuntos de sus respectivas organizaciones de ámbito estatal. Resulta, pues, bastante improbable, al menos en principio, que puedan mantenerse al margen de lo que a éstas les ocurra. Para colmo, el PNV, además de ejercer en Euskadi un oposición implacable, se aprovechará de su privilegiada posición en el Congreso para interferir a conveniencia en la rivalidad que el PSOE y el PP mantienen en el Estado.
En este complejo escenario, cabría preguntarse qué alcance tiene, para sus, por así llamarlas, respectivas ‘organizaciones-nodriza’, el pacto que PSE y PP cierren en el País Vasco. La prueba, en efecto, de la solidez que éste pueda tener en Euskadi consistirá, más que en voluntarismos bienintencionados de sus firmantes oficiales, en el carácter, bien táctico y coyuntural, bien estratégico y estructural, que le concedan sus promotores de ámbito estatal. Si se tratará, en definitiva, de un pacto blindado, por su carácter estratégico, frente a las turbulencias externas o de un acuerdo sacrificable a los intereses de la coyuntura. Sólo el tiempo dirá cuál es realmente su alcance.
José Luis Zubizarreta, EL CORREO, 15/3/2009