El alegre sometimiento

JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Dales dicotomía social y despotismo, como hace el sanchismo, y tendrás una masa motivada, encantada con su depravación, avanzando hacia la ruina

Según Alexis de Tocqueville, «una de las mayores miserias del despotismo es que crea en las almas de los hombres que están sometidos a él una especie de gusto depravado por la tranquilidad y la obediencia, una especie de desprecio de sí mismos que acaba por hacerlos indiferentes a sus intereses y enemigos de sus propios derechos«. En tal desidia autolesiva se revuelca al menos la mitad de la sociedad española contemporánea. ‘La democracia en América’ sigue vigente, aunque quizá nos haya tocado a nosotros, occidentales de la tercera década del siglo XXI, asistir al final de los tiempos ‘nuevos’ que el francés supo dibujar hace dos siglos.

La pertinencia de la cita en estos días me parece a mí evidente, pero entiendo que no pueda coincidir conmigo el lector que niegue nuestro actual sometimiento a una forma de despotismo. Más refinado si quieren, más líquido, más suave y posmoderno, pero despotismo al fin. Tampoco puedo contar, claro está, con que acepten el paralelismo cuantos han interiorizado la obediencia como variante de la libertad, al punto de empeñarse en –y disfrutar con– su mutación en enemigos de sí mismos, de sus propios derechos e intereses. Hay muchas formas de despotismo; la ficción distópica más ilustre ha imaginado no pocos ejemplos de total sometimiento que los sojuzgados experimentan como felicidad. No voy a citar a Huxley o a Bradbury, están en su memoria y el espacio es limitado. Pero tampoco puedo sustraerme a unas líneas más de Tocqueville; su aplicación a esta coyuntura es demasiado golosa para dejarla pasar: «En América, la sociedad está constituida de tal modo que puede sostenerse a sí misma y sin ayuda; […] La elección del presidente es una causa de agitación, pero no de ruina».

Qué envidia. Aquí sí puede ser causa de ruina, en toda la extensión del término. Si este incierto presente es el fin de los ‘nuevos tiempos’, entonces se avecina otra era. No es aún la que expone esa aficionada a la ciencia ficción que nos vicepreside. Lo que ha hecho la revolución tecnológica sí puede llamarse progreso, un progreso desbordante de ventajas que mejoran la vida de la gente y la pueden mejorar muchísimo más. Solo que en su vertiente de la información y la comunicación ha aumentado la complejidad del mundo hasta tal punto que quien siga siendo historicista a estas alturas –y no digamos quien todavía crea en la lucha de clases, que exige aceptar las clases sociales– no es que esté despistado, es que está ciego.

La complejidad repugna a los activistas de toda laya. Necesitan, de entrada, buenos y malos. Sin enemigos claros no levantas a la izquierda, historicista por principio e incapaz de crecer sin un antagonismo crudo, infantil, sentimental y estúpido. Dales dicotomía social y despotismo, como hace el sanchismo, y tendrás una masa motivada, encantada con su depravación, avanzando hacia la ruina. A eso nos enfrentamos.