Olatz Barriuso-El Correo
- Al choque permanente en política lingüística y migratoria se añade la escenificación pública sin complejos de su creciente distancia
Están pasando cosas». La impresión entre los dirigentes del PNV es diáfana: algo se está moviendo y tiene mucho que ver con los compañeros de viaje que el PSE-EE decida elegir para el nuevo ciclo político que se abrirá en Euskadi a partir de la primavera de 2027, cuando se celebren las elecciones municipales y forales, preludio de la «madre de todas las batallas», las autonómicas de 2028. Para los socialistas, en cambio, es el socio mayoritario del Gobierno vasco, el PNV, el que, presa del «vértigo» electoral, pone ‘ojitos’ a EH Bildu en cuestiones «identitarias», lo que abona la «desconfianza» y constata un «distanciamiento evidente» que ninguno de los dos se molesta en negar.
En definitiva, la escena vasca asiste, desde hace meses, al creciente alejamiento entre los socios de gobierno, que obedece a una tendencia global de la que Euskadi no ha podido ponerse a resguardo: la polarización en clave estrictamente ideológica del debate político. Un viraje hacia el eje izquierda-derecha más puro, que compromete sin duda una alianza transversal entre dos fuerzas de muy distinta raíz pero históricamente aliadas, que hasta ahora habían convenido en poner el foco en la gestión diaria más que en sus diferencias.
Pero la sociedad está cambiando, sus principales problemas también y el creciente protagonismo del debate migratorio o sobre seguridad -como si todo se hubiera impregnado de la lógica que dicta Trump desde el Despacho Oval- ha empujado al PNV a endurecer su discurso en esas materias y a proclamarse ya de «centro». El PSE ha respondido enfatizando su perfil más combativo, cada vez más a imagen y semejanza de un sanchismo que le conduce a reproducir la dinámica de bloques enfrentados en la que aquel basa su éxito, o su legendaria resistencia.
Por eso es políticamente muy relevante, pese a la falta de contenido real de la entente, la inédita fotografía que protagonizaron este jueves en el Parlamento vasco el PSE, EH Bildu y Sumar, con la voluntad declarada de «visibilizar» que existe una «mayoría alternativa» de izquierdas (40 escaños frente a 35) y remitir así a un imaginario tripartito que daría la vuelta a la inercia de la última década.
La imagen ni siquiera tiene efectos prácticos. La enmienda pactada no llegó a debatirse tras retirar el PP la moción original y su contenido era más filosófico que una vuelta de tuerca real al debate sobre el futuro centro de refugiados de Arana. De hecho, este mismo viernes EH Bildu de Vitoria volvió a confrontar con la alcaldesa socialista en clave ya estrictamente municipal, lo que fortalece la sospecha de que el controvertido equipamiento era sólo una excusa para lanzar un aviso a navegantes.
El EBB lo ve de otra manera. Fuentes oficiales del partido explicaron a este periódico que las nuevas desavenencias entre el PSE y Bildu tras el anuncio de Maider Etxebarria de que se reducirán a 200 las plazas disponibles evidencian que la foto no obedece a un movimiento de fondo sino al «tacticismo»: del PSE para apuntalar su apuesta por Arana y de la izquierda abertzale para «meter cuña» entre los socios. «Pero al día siguiente ya están a la gresca, lo que demuestra que esa unión no tiene solidez. Lo único que garantiza una mayoría sólida es la actual coalición de gobierno», zanjan.
Cambio de época
La foto es, en todo caso, el corolario a otra serie de hechos que van ahondando la brecha entre PNV y PSE y, sobre todo, haciéndola deliberadamente visible ante la opinión pública. Por ejemplo. La semana arrancó con la presentación del libro de memorias de Jesús Eguiguren, un histórico del socialismo vasco que, como reconocían esta semana en su partido, siempre ha creído que la colaboración con el PNV «frenaba nuestro desarrollo electoral». En esa clave, y arropado por Eneko Andueza y por todos y cada uno de los dirigentes de peso del PSE actual, el expresidente de los socialistas vascos aprovechó para vaticinar que «nos acercamos a una nueva época muy interesante» y que «a partir de ahora van a variar las circunstancias en el País Vasco».
Y añadió dos pinceladas más: un PNV «renqueante» que, según su análisis, ya sólo es competitivo en Bizkaia y una EH Bildu que tiene la oportunidad de convertirse en ‘arquitecta’ del «sistema» si entra a pactar con jeltzales y socialistas la reforma del Estatuto de Gernika. De fondo, y no es baladí, late la campaña del PNV para retirar a Bildu el ‘label’ de partido plenamente homologado democráticamente tras los disturbios del 12-O en Vitoria, la campaña de ataques a la Ertzaintza y la negativa de la coalición soberanista a condenar la violencia. Sectores de la izquierda abertzale ven una estrategia para apartarles de los grandes acuerdos de país y, en particular, para frustrar un gran pacto a tres bandas sobre el nuevo estatus. Además, Bildu ha robustecido su papel opositor, tras levantarse de la Mesa de Salud hace unos meses: sólo esta semana ha achacado a los jeltzales que se haya pactado el nombre del nuevo Ararteko con el PP y su falta de «honestidad» al no negociar los Presupuestos antes de registrarlos. Todo apunta a que la legislatura vasca entra en una nueva fase.
También en los últimos días, el secretario general de los socialistas en Gipuzkoa, José Ignacio Asensio, ha constatado que «a nivel de partidos» existe «un cierto distanciamiento y un cierto enfriamiento» entre PNV y PSE que no se corresponde con la relación en las instituciones. Ahondaba así en las quejas de Andueza, que achacó a la llegada de Aitor Esteban a Sabin Etxea los cortocircuitos en la relación, un lamento que, curiosamente, fue reproducido días después por Arnaldo Otegi, que también dijo echar de menos sus charlas, «una o dos veces al mes», con Andoni Ortuzar y Joseba Aurrekoetxea. Otras fuentes del PNV ven una estrategia convergente, aunque no concertada, para «debilitar» el liderazgo de Esteban y justificar en esa supuesta apatía un hipotético final a medio plazo de la actual fórmula de gobierno PNV-PSE, extendida a todas las instituciones.
«Parece que algunos están explorando terrenos desconocidos», ironiza un dirigente jeltzale de primera fila. En la formación peneuvista se ha interiorizado que hay «sectores del PSE» que están promoviendo «un cambio de estrategia y de alianzas». «Pero en ningún caso lo van a decir públicamente porque les haría polvo», abundan.
Los socialistas efectivamente, lo niegan, pero van más allá al acusar a sus socios de «utilizar» el miedo a un acuerdo que entregue a Bildu la Lehendakaritza. «Nos preocupa que se interprete que nos vamos a ir mañana a pactar con Otegi», insisten en la ejecutiva del PSE, que asume la frialdad con los jeltzales pero coloca en sus socios la «carga de la prueba». «Sabin Etxea sabe de primera mano cuáles son nuestras intenciones de cara al futuro», recalcan, en alusión a su interés en reeditar la entente a partir de 2027. En el relato del PSE, es el PNV el que les «empuja» a marcar perfil al echarse «en brazos» de Bildu y asumir sus tesis para blindar las exigencias de euskera en las OPE o al acordar mociones a favor del derecho a decidir en Gipuzkoa. También al negarse a alcanzar un consenso «de mínimos» sobre el centro de Arana, que sí fue posible hace dos años. «Una cosa está clara: no vamos a estar a lo que quiera el PNV», avisan.