ABC 03/03/17
IGNACIO CAMACHO
· El desdén de Rajoy achica a Rivera y le obliga a buscarse su espacio sacando al presidente de la zona de confort
DICE Homero en la «Ilíada» que las guerras de los dioses las pierden siempre los aqueos. En el conflicto entre PP y Ciudadanos, una disputa por el mismo territorio político, el daño que se puedan hacer entre ellos será mucho menor que el perjuicio de sus votantes, para los que la alianza entre ambas fuerzas constituye una especie de destino natural, un automatismo. El centro derecha sociológico se ha dividido en dos partes desiguales separadas con cierta nitidez por una línea generacional, y así va a seguir durante un tiempo, más o menos el que dure el marianismo. De la forma en que los dos partidos aprendan a convivir depende que el modelo liberal prevalezca sobre una izquierda cada vez más radicalizada, y esa causa superior obliga a un entendimiento que no puede estar sometido a la clásica endogamia partidista, tan proclive a los celos y a los caprichos.
La gran diferencia entre el Partido Popular y C´s consiste en que el primero tiene una identidad sólida, una marca definida, y el segundo la tiene que construir a base de gestos políticos. De ahí que Rivera, consciente de la similitud ideológica de sus sectores de apoyo, haya fijado en la regeneración institucional su rasgo específico. Si afloja en las medidas anticorrupción, la piedra en el zapato de Rajoy, no tendrá modo de parecer distinto. El problema, el punto débil de su estrategia, es que todo el mundo sabe que esa bandera no la ha levantado en Andalucía, donde su benévolo respaldo al PSOE resulta sonrojante, con el mismo ardor combativo.
El rifirrafe de Murcia sería un asunto menor si no afectase en realidad a una relación de otra escala. No es tanto de la presidencia regional de lo que se está tratando como del pacto sobre el Gobierno de España. La imputación de Pedro Antonio Sánchez se ha cruzado en medio de un debate sobre el incumplimiento de los acuerdos de investidura, en el que los naranjas acusan a Rajoy de desdecirse de su palabra. Razón no les falta; desde la muerte de Rita Barberá, el PP considera que fue demasiado lejos en el compromiso de retirar a toda figura imputada. Lo firmaron rezongando para desbloquear la crisis poselectoral –las «lentejas» de Maíllo– y ahora se arrepienten de haber cedido esa cláusula.
Pero hay una cuestión más y más de fondo. Rajoy, que recela y hasta desprecia a Ciudadanos, siempre ha querido entenderse con el PSOE, recuperar un bipartidismo imperfecto de raíces dinásticas. Ese desdén achica a Rivera y le obliga a buscar un espacio propio que sólo puede abrir sacando al presidente de su zona de confort mediante situaciones agrias. Cometió el error de no entrar en el Gabinete y ahora se juega su credibilidad, su respeto y la relevancia de su partido a una sola baza. Murcia es sólo un alfil en esa partida que se juega de espaldas a los electores y que sólo acabará bien si los jugadores encuentran la manera de firmar las tablas.