El Correo-GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA/DAVID MOTA ZURDO Historiador del Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo Historiador de la UPV y de la Universidad Isabel I
La historia, sin fuentes, no es historia. El profesor José María Jover solía decir que, si al emprender una investigación científica se conoce el paradero de un documento, su examen es inexcusable. Por la riqueza que pueda contener, pero, sobre todo, por los matices que pueda proporcionar. En tal sentido, para los estudiosos del siglo XX es casi obligado consultar los fondos custodiados en los National Archives and Records Administration) de College Park (Maryland-EE UU). Allá donde tuvieron un consulado, embajada o delegación, los norteamericanos elaboraron dosieres y notas sobre la política interna del país de acogida con destino al Departamento de Estado y sus diferentes subdepartamentos y agencias: OSS, CIA, Oficina de Asuntos Europeos…
Así sucedió con el cuerpo diplomático de EE UU en España desde la Guerra Civil. Gracias a la documentación que generó, sabemos que, a pesar de su apoyo a la dictadura, los estadounidenses mantuvieron contactos con el antifranquismo, en particular con el nacionalismo vasco, ya fuera para relacionarse con el Servicio Vasco de Información o, simplemente, ya en la década de 1950, para averiguar qué bullía en la oposición al régimen. En la Guerra Fría, a la superpotencia le convenía enterarse de las iniciativas antifranquistas para evitar perjuicios contra sus intereses geoestratégicos y sortear una eventual amenaza comunista.
Los fondos de esos archivos deparan sorpresas. Cronológicamente, las primeras residen en los informes confidenciales que el Consulado de Bilbao enviaba a la Embajada de EE UU en Madrid. Se trata de documentos de especial relevancia para completar la historia de la primera ETA. En uno del 23 de noviembre de 1959 se advertía de que las autoridades responsabilizaron a «nacionalistas vascos» de la detonación de un par de artefactos caseros en Euskadi: uno colocado en el Gobierno Civil de Vitoria el 7 de noviembre, otro lanzado el día 13 del mismo mes contra la Jefatura de Policía de Bilbao, aunque cayó en el jardín. Con ciertas dudas, se mencionaba un incendio supuestamente provocado en el diario ‘Hierro’ (Bilbao) el día 3 y una explosión en el ‘Alerta’ (Santander) el 25 de octubre. El informe constata el escaso grado de sofisticación de las bombas: la de Vitoria era un viejo bidón de gasolina con clavos y trozos de hierro. Además, confirma que el perpetrado en Santander fue el primer atentado de ETA, siglas que aún eran desconocidas.
En una breve nota, la Embajada comunicó al Gobierno de Estados Unidos que, aparentemente, los sabotajes habían inquietado «bastante» a la dictadura, que impidió otras muestras de oposición «rápida y despiadadamente». Se aludía así a la represión policial contra las juventudes del PNV, que estaban desplegando un inusitado activismo y a las que erróneamente se atribuyeron los artefactos. ETA nunca los reivindicó y los acabó olvidando: no se los cita en el listado oficial de atentados que publicó en 2004.
Desde finales de 1959, ETA se limitó a tareas propagandísticas. No hay constancia de que el régimen advirtiera su existencia hasta que se presentó en público el 18 de julio de 1961 quemando varias banderas en San Sebastián e intentando hacer descarrilar un tren de veteranos requetés guipuzcoanos que iban a celebrar el 25 aniversario de la rebelión. El primer boletín policial sobre ETA, localizado por Mikel Aizpuru, es de agosto de 1961. No se había descubierto ningún documento oficial que la mencionara con anterioridad. Hasta ahora.
Un informe del 7 de diciembre de 1959 revela que el Consulado en Bilbao había recibido Zabaldu. Noticiario de la organización ETA (Euzkadi ta Askatasun). La publicación, fechada en octubre, contenía muchos sueltos, pero a los diplomáticos solo les interesaba uno, el único que fue traducido al inglés. Hacía referencia a la construcción de una base militar de EE UU en Gorramendi (Elizondo), en la que ETA temía que se colocasen «proyectiles dirigidos». «Una vez más, y con absoluto desprecio de la voluntad democrática de los pueblos», denunciaba Zabaldu, «han preferido los EE UU dar un paso más en su camino de enemistad con nuestro pueblo, que en ningún momento puede hacerse responsable de los pactos que conciertan sus opresores». En opinión del Consulado, el texto propagaba un falso rumor acerca de la instalación de misiles que convenía atajar. Significativamente, no se daba la menor importancia al nacimiento de ETA.
Como señaló Tony Judt en ‘El Peso de la responsabilidad’, la historia no está escrita como ha sido experimentada, ni debería estarlo, pues cualquier explicación que se ofrezca sobre lo que tuvo lugar antes de nuestro tiempo será siempre deficitaria. El historiador busca, examina y contrasta las fuentes disponibles, pero asume que el resultado de su investigación es provisional. A veces el hallazgo de nuevos documentos le obliga a corregir trabajos anteriores. El conocimiento histórico está en constante renovación y, como tal, está sujeto a modificaciones o reafirmaciones. Lejos de verlo como un problema, lo consideramos parte esencial de nuestro oficio: nos permite entender el pasado e historiarlo.