Iñaki Ezkerra-El Correo

El escritor compostelano y activista LGTBI Roy Galán solo se enamora de quien sabe contarle una historia. Lo explica en una entrevista en la que habla de un novio al que conoció en Instagram. Y va aún más lejos. «Enamorarse -dice- es estar dentro de una historia compartida». Creo que la afirmación no es exagerada. Si decimos que «en política triunfa quien sabe apropiarse del relato», en el terreno sentimental las cosas no son muy distintas. De hecho, siempre que uno ha tratado con una pareja enamorada, ha notado cómo disfrutaban contando, narrando, haciendo el relato de cómo se conocieron: «Fui al carnaval de Tenerife con unas amigas y me lo presentaron disfrazado de cangrejo…». «Yo la solía ver tras el mostrador de la pescadería de la que era cliente y notaba que me llamaba ‘cari’ de una manera especial que me llegaba al corazón…».

No. No es que el amor necesite de la literatura sino que es por esencia literatura pura. La gente que se enamora se vuelve casi siempre narradora sin darse cuenta, a veces pesada, espesa, tediosamente narrativa y descriptiva como una novela del nouveau roman. Ése es un signo infalible. Más aún, he llegado a detectar los signos inconfundibles de un flechazo en quien trataba de convencerme de lo contrario: de que la persona de la que llevaba hablándome sin pausa una tarde entera le resultaba totalmente indiferente: «Entonces ella me dijo y yo le dije…».

El amor retiene en la memoria los más ínfimos y banales detalles de una relación, una cita acordada, un casual encuentro como si fueran tesoros. Y necesita atraparlos, conservarlos, repetirlos, reproducirlos como en un religioso ritual. Roy Galán hablaba en esa entrevista como si esa historia de un amor hallado en Instagram fuera ya agua pasada, pero le traicionaba su narratividad, la literatura que le echaba al asunto. También se mostraba un convencido partidario del ‘poliamor’, pero su discurso era monotemático. Galán se mostraba como el galán más fiel del mundo. La entrevista terminaba con un frase más falsa que la mala moneda: «Ahora estoy soltero y mi poliamor son los libros». El amor es, en efecto, literatura. Y, cuando se habla de él, se miente. Como en los cuentos y las novelas.