- ¿Qué documentos se han salvo de ser destruidos en esos «archivos secretos» que ahora podrían pasar a ser del dominio público? Todo se juega en ese sencillo y paciente territorio de los archiveros
Del léxico militar que configuró mi infancia, «ángulo ciego» quedó como arquetipo de lo más íntimamente humano: la configuración de lo que vemos desde el campo que impone lo no visto. Ángulo ciego –que puede ser también llamado «ángulo muerto»– es para un tirador –en artillería como en infantería– el campo de invisibilidad que la perspectiva del arma impone a aquel que la maneja. Sea el ángulo de visión o sean los obstáculos naturales o alzados, quienes lo impongan.
No voy a recordar, a estas alturas, que la política es el arte de la guerra. Ligeramente desplazado. Los lectores de Clausewitz no necesitan que se les recuerde eso. El tránsito entre «el florete político» y el «mandoble castrense» es mucho más tenue de todo cuanto nos avenimos a confesarnos. Pero es que, en lo más último, no existe acción humana que no sea bélica. Sobre eso se asienta el más inquebrantable fundamento del pensar humano desde aquel viejísimo Heráclito de Éfeso, que inventó la palabra «filósofo»: «el combate [Pólemos] es padre y señor de todo». La transición política, que satura la segunda mitad de los años setenta del siglo veinte en España, es uno de esos actos de guerra «a punta de florete» de los que el tan sutil Clausewitz habla. Pero el militar prusiano no ignora que el florete puede ser tan letal como el mandoble.
La noticia, ayer, de que por primera vez –y al cabo de medio siglo–, los archivos secretos del franquismo y de la transición podrían desclasificarse y, pasar, al fin, a ser de universal acceso, me pareció lo académicamente más relevante de cuanto ha acontecido aquí en los últimos cincuenta años. Cualquiera de mi edad –algo anoté en mis memorias, En tierra de nadie– conoce hasta qué punto todo –sin apenas excepción– de lo contado acerca de la «transición» es mentira. Y, por supuesto, todo –sin apenas excepción– de lo contado sobre los años finales del franquismo –los únicos que yo conocí– se mueve entre la niebla y la leyenda. Poner al disposición de los historiadores el fondo completo de documentos materiales hasta hoy púdicamente cubiertos por el secreto, es abrir la primordial –y no siempre grata– vía que va del mito al conocimiento. Muchos salen heridos de ese tipo de tránsito. Pero sin él, todos somos imbéciles.
Me felicité, pues. Casi enseguida, mi contento hubo de ser atenuado. ¿Qué documentos se han salvo de ser destruidos en esos «archivos secretos» que ahora podrían pasar a ser del dominio público? Todo se juega en ese sencillo y paciente territorio de los archiveros. Sé, por experiencia personal, cómo fueron destruidos en algún importante archivo de partido opositor al viejo régimen papeles demasiado comprometedores para sus dirigentes. ¿Habrán sido los archivos de Estado más insobornables en su tutela? Y, de inmediato, me viene a la memoria lo publicado al respecto por Óscar Álzaga en 2021 acerca del pacto de mutua exculpación histórica entre Carrillo y Martín Villa:
«No olvidaré nunca el impacto que, a principios de diciembre de 1977, me produjo la filtración de la orden del ministro del Interior para acometer la destrucción masiva del ingente número de fichas de quienes habíamos militado en la oposición democrática y la documentación escrita sobre nuestra actividad… Sin atender a las protestas, Rodolfo Martín Villa, como ministro del Interior, dictó la Orden de fecha 19 de diciembre de 1977 –no publicada en el BOE– dirigida al subdirector de la Guardia Civil y al director general de Seguridad, que dispuso unilateralmente ‘eliminar y destruir todos los antecedentes, informes y notas que existan en los archivos dependientes de las direcciones de la Guardia Civil y seguridad relativos a la pertenencia o participación de personas en actividades u organizaciones políticas y sindicales legalmente reconocidas’ ».
Y, entonces, de mis optimismos académicos quedó sólo una sonrisa amarga. Es el ángulo ciego –mejor, el «ángulo muerto»– de la Razón de Estado. Que es la guerra sin tregua contra todos y cada uno de nosotros