ABC-IGNACIO CAMACHO

Sánchez ha roto dos reglas básicas de la Transición: el consenso constitucionalista y la primacía de la lista más votada

EN el cuadragésimo año de vigencia de la Constitución como pauta normativa de la democracia, Pedro Sánchez rompió una usanza política no escrita que ha funcionado todo este tiempo como una regla tácita. Lo moción de censura que derribó a Rajoy acabó con una tradición básica del bipartidismo para instalar un nuevo sistema de alianzas en el que ya no prima la candidatura más votada. A partir del asalto sanchista al poder por la puerta falsa, las coaliciones de cualquier naturaleza han quedado despenalizadas y el resultado de las elecciones no será más que la base aproximativa de una cábala, de tal modo que la presidencia del Gobierno dependerá de cualquier eventual combinación de fuerzas minoritarias. 2018 es la fecha en que el modelo Parlamentario español dio el paso decisivo para aproximarse, como predijo Felipe González, al de la estrambótica inestabilidad italiana.

La heterogénea fórmula utilizada para derrocar al marianismo –que se dejó liquidar con la mansedumbre acalambrada e inerte tan característica de su estilo– no sólo ha supuesto la ruptura de un hábito imperante desde la Transición sino un vuelco decisivo en la configuración del mapa político que conocíamos, al descerrajar el PSOE los goznes sobre los que venía girando el bloque del constitucionalismo. Para satisfacer la ambición de su personal designio, el presidente provisional ha cruzado la frontera que le había prohibido pasar su propio partido: la del pacto con unos separatistas cuya insurrección contra las bases del Estado sigue aún pendiente de juicio. La importancia de este salto cualitativo no reside en que el Gabinete sea rehén de los secesionistas sino en que por primera vez ha usado el conflicto como catalizador de su particular beneficio. Y en que la retórica oficial sobre la supremacía de la Carta Magna choca con la realidad de un Ejecutivo sostenido por un frente común de adversarios del vigente marco jurídico.

Como no podía ser de otra manera, esta pirueta en el vacío ha comenzado a dejar secuelas. La primera, en Andalucía, donde en pocos meses se ha derrumbado la hegemonía socialista de casi cuatro décadas. La segunda es el surgimiento de un populismo de derechas que responde al desafío radical con radicales propuestas. La tercera, el malestar patente en diversos sectores de la izquierda incómodos con la complacencia gubernamental ante un antipático supremacismo de veleidades violentas. Y la más importante, la conversión de la cuestión catalana en el eje sobre el que gira el factor esencial de decisión de voto y la vida pública de la nación entera.

A la velocidad que han adquirido los acontecimientos, la agonía marianista queda ya muy lejos. El hecho determinante del momento es el insólito papel del nacionalismo rebelde como sostén fáctico del Gobierno. Cuarenta años de convivencia dependen del modo en que ese tenso contrasentido quede resuelto.