Kepa Aulestia-El Correo
Los doce meses que van de las elecciones forales y locales de mayo de 2023 hasta la presumible formación del nuevo Gobierno vasco de 2024 parecen capaces de remodelar el panorama electoral y político en Euskadi de manera irreversible. Bastaría con que EH Bildu se pusiera por delante del PNV en las autonómicas y en las europeas para que en el espacio abertzale cuajara la expectativa de un relevo en la hegemonía. Y los jeltzales necesitasen más que nunca al PSE, mientras los socialistas van mostrando cada día mayor desapego respecto a Sabin Etxea. Lo que anunciaría una coalición de gobierno tensionada hasta lo insoportable entre Imanol Pradales y Eneko Andueza.
La frase del año que termina mañana podría ser esta de Arnaldo Otegi: «El País Vasco se parece cada vez más a EH Bildu». Las imágenes de la Plaza del Ayuntamiento de Pamplona tras la moción de censura contra la alcaldesa de UPN para coronar a Joseba Asiron permitirían avalar esta otra versión de Otegi: «Los valores del país se parecen cada vez más a los de la izquierda independentista». La pregunta que cabe plantearse es si no es, en realidad, al revés. Si no es EH Bildu la que trata de parecerse cada vez más a Euskal Herria. Desarmada, tratando de realzar su influencia en la corte madrileña, perdiendo el respeto al PNV, fiándolo todo a Pedro Sánchez al tiempo que en Euskadi y Navarra se hace eco de los conflictos y movilizaciones que ocupan las calles también estos días de Navidad, a la espera de la manifestación de Sare del próximo 13 de enero bajo el lema ‘Llaves para la resolución’.
La «paciencia histórica» a la que apela Otegi, para infundir confianza en la izquierda abertzale, evocaría la estrategia seguida por el Sinn Fein, basada en gran medida en el vuelco demográfico operado en Irlanda del Norte, donde el índice de natalidad en la comunidad católica ha sido en las dos últimas décadas notablemente superior al de la población protestante. Como si, en cierto modo, también aquí se estuviera produciendo un vuelco demográfico inexorable y perjudicial para el PNV. Bajo la presunción de que la plasticidad de los herederos de ETA mostrará en adelante una versatilidad electoral mayor que el nacionalismo tradicional. Con lo que, nada menos que sesenta años después de su surgimiento como alternativa a los de José Antonio Agirre y Juan de Ajuriagerra, la izquierda abertzale estaría a punto de completar su misión histórica.
Se trata de una visión voluntarista y lineal, aunque podría contar con una ventaja que parecía impensable hace un par de años. El decaimiento del PNV, que se refleja en el escepticismo que rodea a su renovación interna y a su pretendido rejuvenecimiento. Algo difícil de compensar con una inusitada actividad legislativa, o aún en el caso de que Pedro Sánchez se avenga a cumplimentar las transferencias apalabradas para su investidura. La continuidad de la legislatura al mando de Iñigo Urkullu corre el riesgo de servir más para destacar su retirada que para facilitar el lanzamiento del candidato Pradales.